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Ni disculpas se deben pedir

Superiberia

Por:  Catón /  columnista

“Estoy enamorada de usted, padre –le dijo la linda e ingenua penitente al joven y apuesto sacerdote–. Sé que ese amor sacrílego es un pecado grave que pone en riesgo mi alma. ¿Cree usted que me salvaré?”. “Te salvarás –replicó el gallardo cura–, pero sólo porque al rato tengo misa”

La esposa de Babalucas le pidió que fuera a la panadería a ver si ya había salido el pan. Fue el turulo y le preguntó al panadero: “¿Ya salió el pan?”. Contestó el de la tahona: “Sí”. “Dígame a dónde fue –quiso saber Babalucas–, para darle la información completa a mi mujer”

Hubo una vez una discusión entre el Creador y el industrial norteamericano Henry Ford. Le dijo éste al Señor: “Tu mejor invento es la mujer, y el mío es el Ford modelo T. Sólo que tu invento tiene numerosas fallas, en tanto que el mío está muy cerca de la perfección”. Replicó el Creador: “Podrás presumir todo lo que quieras, pero una cosa te voy a decir: muchos más hombres se han subido a mi invento que al tuyo”
Odiosa práctica inhumana es la tortura. Nada la puede justificar.

Merecen reprobación, entonces, las acciones de barbarie en que incurrieron militares y policías en el tiempo de la llamada “guerra sucia” del sexenio echeverrista. Igualmente condenable; sin embargo, son los crímenes cometidos por los hombres y mujeres armados que en nombre de una utópica revolución llevaron a cabo asesinatos, secuestros y otros actos de violencia irracional. También ellos hicieron una guerra sucia.

Es improcedente, entonces, que el Gobierno presidido por López Obrador haya ofrecido disculpas, e incluso premiado, a quienes ciertamente sufrieron en aquella época, pero que también causaron sufrimiento a otros. Los mandos militares actuaron bien al no participar en esa apología de la violencia armada, en ese acto que constituyó una nueva ofensa al Ejército Nacional, que tan agraviado ha sido en este régimen.

Mientras en Colombia el jefe máximo de la guerrilla urbana pide perdón a la comunidad de su País por los hechos violentos que causó, aquí en México se exalta a los equivocados que sin base alguna de apoyo popular se lanzaron a la lucha armada y a la violencia criminal para implantar un régimen contrario a la libertad y al ejercicio democrático.

El reconocimiento oficial que se les hizo no tiende a la reconciliación, antes bien polariza a la sociedad. Lo que digo no implica negar la Historia y dar por olvidados hechos que no se deben olvidar. Pero una de las tareas de todo gobernante es unir a sus gobernados, no dividirlos. A menos, claro, que deliberadamente busque esa división

Don Geroncio, señor de edad madura, iba a casar con Pomponona, frondosa mujer en plenitud de edad. Preocupado por el compromiso el senescente novio fue a la consulta de un prestigiado médico y le pidió que le recetara algo que le fortaleciera la líbido. “Tome usted las miríficas aguas de Saltillo –le sugirió el galeno-. Unas cuantas gotas de esas taumaturgas linfas lo pondrán de inmediato en aptitud de hacer obra de varón.

La momia de un faraón egipcio las tomó a principios del siglo, y es fecha que no deja aún de funcionar”. Declaró don Geroncio: “Conozco la virtud de esas milagrosas aguas, pero no tengo tiempo ya de ir a Saltillo a requerirlas”. “En ese caso –indicó el facultativo- le voy a recetar clorhidrato de yohimbina. Con eso se sentirá usted como muchacho de 15 años”. Pocos días después el maduro señor regresó al consultorio del doctor. Le preguntó éste: “¿Funcionó la yohimbina?”. Contestó el añoso paciente: “Lo único que sentí fue un intenso cosquilleo en la mano derecha”. “¿Lo ve? –exclamó con acento triunfal el médico-. ¡Le dije que se iba a sentir como muchacho de 15 años!”
FIN.

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