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Nudo gordiano

Superiberia

Por: Yuriria Sierra / columnista

Modus operandi

En México todo empieza a convertirse en eco de muy alto volumen. El eco de lo ya escuchado, pero con mayores decibeles. El eco de gritos familiares, pero con nuevas voces y nuevos registros. Es el estridente, insoportable ruido de estruendos que llevamos demasiado tiempo ya escuchando. La estridente redundancia del horror. Hace unos días hablé de lo que ocurre en Veracruz, donde hasta el mismo Fiscal del Estado se refiere a él como “la fosa más grande de México”. Una tragedia que ésas sean nuestras referencias sobre inseguridad. Ayer di cuenta en Imagen Televisión sobre los diez jóvenes que policías entregaron a un grupo criminal en Sinaloa. ¿Les suena familiar? Sí, un modus operandi similar a lo que ocurrió aquel 26 de septiembre de 2014, en Iguala, Guerrero. Atrocidades que nos hablan de los crueles niveles de violencia e inseguridad que se viven en el país. Y aunque éstos son hechos que toman una dimensión distinta a los del fuero común, no deja de aterrarnos que eso es lo que sucede cuando el poder de los criminales rebasa el alcance de las autoridades.

Aunque si pensamos en aquellos delitos que se cometen en nuestro entorno más inmediato, asociamos de facto las varias historias que hemos escuchado de familiares y amigos. Todos conocemos al menos una historia de un asalto: en la calle, en el auto o incluso dentro de su propia casa. Y lo mismo sucede en la Ciudad de México que en Monterrey o Mérida. En todos lados los delitos más comunes se cometen con un halo de impunidad que asusta. Las redes sociales están llenas de videos y testimonios de quienes han sido víctimas de los delincuentes. Aunque la capital mexicana es un caso serio.

Todo esto quedó reflejado en los resultados del Índice Delictivo 2017, que realiza el Observatorio Nacional Ciudadano. Desde hace veinte años no habíamos vivido un país tan violento como el que tuvimos en 2016. Y no hablo de esa violencia atroz e inhumana, como la de las fosas en Veracruz, sino de esa otra, la más cotidiana, la que encontramos a la vuelta de la esquina aquí en la capital: “La Ciudad de México vive la segunda peor crisis de homicidios dolosos desde 1997. Según los datos oficiales de la procuraduría capitalina, la tasa de casos de homicidios dolosos reportada para 2016 fue de 10.78 por cada 100 mil habitantes, la mayor desde 1997 cuando fue de 10.98…”, se anota en el informe.

Ahí también nos dicen que la Delegación Cuauhtémoc es el territorio capitalino donde más delitos del fuero común se cometen: en 2016 subió ahí la incidencia de robo a negocios, a transeúntes, violación, extorsión, homicidios dolosos, homicidios culposos, robo a casa habitación, robo de vehículos, secuestro y un largo etcétera.

Sin embargo, no todo sucede ahí. Hace un par de semanas, también, reportamos sobre un robo al conductor de una camioneta en la zona de Apatlaco, en la Delegación Iztacalco. Los hechos ocurrieron a la vista de las personas que por ahí transitan, nadie movió un dedo. La zona es tierra de nadie. Incluso cuando uno de los reporteros de la emisión se acercó para realizar un sondeo, los vecinos le aconsejaron que mejor se fuera, que incluso lo más conveniente era que no tomaran una sola imagen. Nos comunicamos con las autoridades del Gobierno de la CDMX, directamente a la Secretaría de Seguridad Pública, y el titular, Hiram Almeida, no pudo tomarnos la llamada. Hablamos entonces con el equipo de la delegación Iztacalco, y el titular tenía agenda llenísima, ni un huequito para darnos alguna razón; pero que su director de Protección Civil nos atendía, que él sabía el protocolo para estos casos. Como si se tratara de un temblor. Los días pasaron y el tema para las autoridades quedó en el olvido. Aunque ayer, en la cuenta de Tuiter de @retioDF se reportaba: “@SSP_CDMX hace 30 minutos subió a RTP sobre eje 3 ote asaltando hombre y mujer, descendieron entre metro Apatlaco e Iztacalco dir, norte…”, los robos siguen ocurriendo.

Las estadísticas no parecen inmutar a nadie más que a los ciudadanos, quienes vivimos el peligro de andar por la calle diario. A las autoridades les basta con no tomar las llamadas para dar una explicación. Sin embargo, la incidencia delictiva sigue creciendo en una ciudad que alguna vez tuvo altos niveles de calma.

Porque nuestro modus operandi es otro: el del horror, el de la transa, el de estar en un infierno porque es el único lugar que conocemos tan íntimamente como para sentirnos permanentemente en casa.

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