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¿Quién es “Lord Michoacana” y por qué lo nombraron así en redes?

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En tiempos donde todo se graba y se publica, los episodios de intolerancia en espacios públicos se han convertido en parte del entretenimiento digital. En los últimos días, las redes sociales han vuelto a hacer lo suyo: viralizar a personajes que, por sus conductas altaneras, reciben los ya conocidos títulos de “Lord” o “Lady”. Pero, más allá de lo anecdótico o divertido, ¿qué nos están diciendo estos videos sobre la sociedad en la que vivimos?

El caso más reciente es el de “Lord Michoacana”, un hombre captado en la colonia Santa María la Ribera mientras gritaba e intimidaba a un vendedor ambulante con permiso legal para trabajar. En lugar de dialogar, el sujeto recurrió a la amenaza y al abuso verbal, incluso llamó a la policía con tono altanero, generando miedo no solo en el comerciante, sino también en sus hijos, testigos directos del episodio.

Este no es un hecho aislado. La lista es larga y cada vez más frecuente: confrontaciones en estacionamientos, gritos en tiendas, discriminación en restaurantes o acoso en la vía pública. Todos con un patrón común: la pérdida de control emocional, el desprecio por el otro y la necesidad de imponer poder… aunque sea desde un teléfono celular.

La cultura del “Lord” y la “Lady”

Lo irónico del fenómeno es que los apodos “Lord” y “Lady”, pensados como sátira de la alta sociedad, ya no se asignan únicamente a personas adineradas o con influencias. Hoy, cualquier persona con actitudes prepotentes y un mínimo de exposición pública puede ser blanco del juicio digital.

Pero no todo es memes y burlas. La viralización de estos casos encierra una crítica social profunda: nos revela cuán normalizado está el abuso, cómo la impunidad se respira en lo cotidiano, y cómo muchos buscan ejercer una forma de poder —aunque sea simbólica— sobre los más vulnerables.

Entre la denuncia y el linchamiento

El problema es doble. Por un lado, estos videos funcionan como denuncia ciudadana y permiten visibilizar injusticias. Por otro, también alimentan el espectáculo del escarnio público, donde las personas quedan marcadas por unos segundos de furia sin oportunidad de explicar o enmendar.

¿Estamos ante un nuevo tipo de justicia digital? ¿O solo frente a un reflejo incómodo de nuestras propias frustraciones proyectadas en pantalla?

Mientras la línea entre denuncia y entretenimiento siga siendo tan delgada, conviene preguntarnos si estamos cambiando algo… o solo viendo cómo se repite la función.

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