


AGENCIA
Ciudad de México.- Aunque el liderazgo moral y político de Andrés Manuel López Obrador se mantiene sólido tras dejar la presidencia, fracturas internas, errores de comunicación y escándalos personales han comenzado a minar la cohesión del lopezobradorismo, justo cuando se esperaba su consolidación transexenal bajo la administración de Claudia Sheinbaum.
A pesar de haber diseñado una sucesión meticulosamente cerrada -nombrando precandidatos, controlando candidaturas y asegurando la llegada de Sheinbaum al poder-, el exmandatario enfrenta hoy un debilitamiento silencioso de su influencia, no por embates externos, sino por acciones y omisiones internas.
Uno de los puntos más delicados ha sido el deterioro de la imagen pública de su hijo, Andrés Manuel López Beltrán, encargado informalmente de la operación política de Morena rumbo a 2026 y 2030. Fotografías suyas durante lujosas vacaciones en Tokio y tiendas de marcas exclusivas han circulado ampliamente en redes sociales, provocando una reacción negativa que contrasta con el discurso de austeridad que su padre promovió durante años.
Estas imágenes, ya sean producto de filtraciones espontáneas o de espionaje político, han abierto un flanco de crítica que no ha sido contenido ni contrarrestado por una estrategia efectiva de comunicación, generando un vacío aprovechado por sectores opositores para deslegitimar al grupo lopezobradorista.
Además, la falta de cohesión política entre las figuras clave del sexenio anterior ha debilitado la capacidad del grupo para operar como bloque de poder:
- Adán Augusto López Hernández ha perdido protagonismo.
- Ricardo Monreal Ávila se ha desfondado políticamente.
- Marcelo Ebrard permanece al margen de las decisiones relevantes del nuevo gobierno.
Todo esto mientras Sheinbaum intenta ejercer su liderazgo con un aparato heredado, pero fragmentado y en disputa.
Uno de los momentos simbólicos de esta fractura ocurrió en marzo pasado, cuando Sheinbaum ingresó a un mitin en el Zócalo mientras la élite lopezobradorista le daba la espalda. El gesto, aunque informal, fue leído como un mensaje de distanciamiento dentro del propio movimiento.
A lo anterior se suma el contexto externo: Acusaciones desde Estados Unidos relacionadas con la narcopolítica en México que señalan al sexenio de AMLO como un periodo crítico de fortalecimiento del crimen organizado, lo que añade presión y empaña su legado justo cuando el lopezobradorismo buscaba proyectarse a un tercer sexenio.
A pesar de todo, el expresidente no ha dado un golpe sobre la mesa ni ha intervenido públicamente, respetando su compromiso de retirarse de la política activa, aunque el deterioro del grupo que construyó parece avanzar sin contención.
El resultado es una imagen de repliegue del lopezobradorismo, atrapado entre tensiones internas, escándalos familiares y una presidenta que aún no logra cohesionar a las élites que heredó. El futuro de Morena y la continuidad de la llamada Cuarta Transformación dependerán, en gran medida, de si estas fracturas logran cerrarse a tiempo o si terminarán desarticulando el proyecto transexenal iniciado en 2018.


