Sandra González
El Buen Tono
Orizaba.- En medio de flores de cempasúchil, veladoras y familias que acuden al panteón municipal “Juan de la Luz Enríquez” para honrar a sus difuntos, una sección del camposanto guarda un legado poco conocido: las tumbas de quince masones que dejaron huella en la historia local y nacional. Entre ellos destaca Sebastián I. Campos, quien alcanzó el grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA), una distinción reservada para miembros de alta jerarquía dentro de la masonería.
Sebastián I. Campos fue un personaje notable del siglo XIX. Combatiente y cronista, participó en la Guerra de Reforma y en la Intervención Estadounidense en Veracruz, dejando testimonios escritos sobre estos episodios que marcaron al país. Su nombre aparece en registros históricos que lo vinculan con la Respetable Logia Simbólica Hermes Trismegisto N°1, una de las primeras en asentarse en Orizaba, cuando la masonería tenía fuerte presencia en la política y la intelectualidad mexicana.
Entre columnas aparentemente rotas (significa que el masón en la tumba murió joven), triángulos y compases tallados en piedra, los símbolos masónicos que adornan estas tumbas evocan los ideales de libertad, razón y fraternidad que marcaron la vida pública de la época. A diferencia de otras sepulturas, estas destacan por su sobriedad, sus inscripciones en latín y sus referencias al conocimiento y la inmortalidad del espíritu.
Durante los días de Todos Santos, las tumbas masónicas de Orizaba pasan desapercibidas entre flores y visitantes, pero recuerdan a los hombres que defendieron la educación laica, la ciencia y el progreso.


