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Cuitláhuac, Ver.– La historia política de Gely Peña es la de una ambición que se repite, sin pausa y sin pudor. Su regreso a la contienda por la presidencia municipal de Cuitláhuac no sorprende, pero sí preocupa: se presenta ante el electorado sin haber cumplido ninguno de los encargos anteriores que le fueron confiados.
Peña ha fracasado dos veces en su intento por gobernar el municipio. Cuando finalmente obtuvo un cargo como diputada federal, no lo ejerció con responsabilidad ni compromiso. En lugar de construir una agenda legislativa, optó por renunciar anticipadamente para lanzarse a otra candidatura, dejando inconclusa su labor y abandonando a los votantes que le dieron su confianza.
No hay obras. No hay gestiones. No hay resultados. Su paso por San Lázaro fue gris, irrelevante y, en términos legislativos, estéril. Prometió fomentar el deporte y la cultura, pero no existe evidencia alguna de avances reales. Hoy, en campaña nuevamente, repite las mismas promesas que antes no cumplió. La pregunta es inevitable: ¿por qué habría de cumplirlas ahora?
Lejos de surgir de una convocatoria ciudadana o de una demanda popular, su actual candidatura es fruto de una imposición partidista negociada entre Morena y el Partido Verde. Es una postulación construida desde los escritorios de Xalapa, no desde las calles de Cuitláhuac. Mientras los diputados discutían una reforma histórica a la Ley de la Industria Cañera, que afecta directamente a miles de productores del país, Peña estaba ausente. Prefirió acudir a un acto político en defensa del gobernador, evidenciando que sus lealtades no están con el pueblo, sino con el poder.
Gely Peña no representa renovación ni esperanza. Representa una forma agotada, cínica y utilitaria de hacer política. Su carrera está construida sobre la renuncia, la simulación y el cálculo electoral. Los cargos públicos, en su visión, no son una responsabilidad, sino simples peldaños hacia su próximo objetivo personal.
