

El capitalismo también nos ha robado los ritos. La urgencia por consumir ya es la rectora de las tradiciones.
¿Antes era mejor? ¿Se trata de nostalgia por la infancia? Quizá, pero también se trata de la falta de bienestar, la ausencia del Estado de derecho, la violencia.
¿Cómo celebrar con tantas muertes encima? Un año negro en el que se suman los desaparecidos, los muertos en la guerra ya cotidiana que vivimos desde hace unos años y los personajes a los que se les acabó el ciclo.
Muertos que debían morirse y muertos a los que les robaron la vida. Y con estos muertos enumerados en los periódicos, reclamados en marchas, esperados por sus familias, recordados, nombrados día a día, salimos a la calle no a celebrar los ritos, sino a ser cooptados por las promociones, los 48 meses sin intereses, los compre hoy y empiece a pagar en febrero, los descuentos en monedero.
Y los centros comerciales, los mercados, las plazas, la gente, parece devorar la mercancía en un acto de olvido.
Veo los descuentos, las colas y me pregunto si esta compulsión es una forma de evadir la realidad violenta o de crear una burbuja en la que se está bien aunque sea al momento de
firmar o pagar.
Ya no cinco minutos de fama, sino de una felicidad ignorante que nos haga soñar, aspirar a un vida en la que la felicidad se pague a meses sin intereses, en los que ya ni siquiera la institución de la Navidad es suficiente.
En un mundo donde ya no se cree en nada, ni siquiera en la simulación de Santaclós, y la continuidad de las fiestas decembrinas se ha transformado en el “maratón Guadalupe-Reyes”, las posadas, los cantos, las cenas son productos más que se pueden consumir durante todo el año al igual que el jugo de mandarina.
El consumo se ha convertido en una necesidad, una forma de estar, y la forma de ser se ha dejado colgada como si fuera un traje anticuado que ninguna moda-retro
logra recuperar.
Sumada a esta vida pagada a plazos, está la violencia y la inseguridad que son las únicas que han tomado
las calles.
La gente se guarda en sus casas por temor, cada vez son menos las verbenas populares porque se le tiene miedo a los infiltrados, antes eran los gorrones y ahora son delincuentes.
¿Cómo tomar las calles cuando a quien le da más miedo es a la autoridad? Los espacios públicos nos pertenecen porque somos ciudadanos y porque ahí podemos expresar nuestro civismo y nuestra fraternidad, y también ahí podemos protestar y celebrar.
A veces pienso que es la edad y que por eso no he sabido de posadas, y que por los mismos años lo único que veo es consumo. Quizá debería ver a través de los ojos de un niño para contemplar una época con velas, piñatas, nacimientos, árboles, esferas,
pavo, bacalao.
¿Cómo hacer festejos en las calles cuando hemos ya perdido la costumbre y el gusto por experimentar el espacio público?
Este año, sin duda, ha sido muy doloroso, y quizá en este dolor esté la oportunidad para hacer comunidad, reencontrarnos con la familia, hacer familia más allá de la propia, preocuparnos por el otro.
Sentarnos a la mesa para compartir no sólo la comida, sino la charla, el pensamiento, la reflexión y, sobre todo, la propuesta.
Los ritos existen para cohesionarnos, son momentos para detenernos y pensar hacia dónde vamos, pero sobre todo cómo queremos caminar, con quién queremos compartir esas andanzas y para qué. Detenernos y ver hacia atrás, trabajar en comunidad.
Compartir es una acción que debería ser una responsabilidad civil. Una manera de crear otras rutas, de acompañarnos.
Sobre todo, podría convertirse en un acto de disidencia, en la mejor manera de protestar contra el hiperconsumo, de rebelarse contra el capitalismo tardío, entonces, quizá, podríamos empezar a ganar batallas.
*Escritora y editora
mirmabel@yahoo.com
