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Yarrington no es un narco gobernador más

Superiberia

Tomás Yarrington no es un gobernador más vinculado al narco. De esos ha habido muchos en México, pero él hizo algo peor: consintió y promovió el surgimiento del fenómeno criminal más devastador que haya enfrentado México en su historia contemporánea: Los Zetas.

Yarrington llegó a la gubernatura cuando Osiel Cárdenas Guillén decidió contratar a 20 integrantes del Ejército mexicano formados en Estados Unidos, donde recientemente habían aprendido las peores técnicas de guerrilla militar. Entre 1999 y 2003 esos sujetos reclutaron a otros 500 efectivos para construir una máquina devastadora por sus objetivos y también por sus métodos.

La asociación entre Yarrington y Cárdenas Guillén provocó un cambio brusco en los patrones de violencia. Antes de Los Zetas el brazo armado de cada organización criminal operaba dando golpes puntuales y quirúrgicos para defender el negocio de la droga.

Pero con Los Zetas —el brazo armado del Cártel del Golfo— la prudencia y el sigilo se extraviaron. El grupo de sicarios encabezado por Arturo Guzmán Decena, Heriberto Lazcano Lazcano y Jaime González Durán impusieron terror con sus prácticas aprendidas de los militares que pelearon en Afganistán.

Para disuadir a sus enemigos, estos ex-integrantes de la élite militar mexicana  arrasaron con poblaciones enteras, desmembraron centenas de cuerpos, enterraron torsos en Coahuila, restos mutilados y cadáveres de migrantes en San Fernando, adolescentes en todo Veracruz.

Fue en época de Yarrington que Los Zetas se asociaron con los kaibiles, ex soldados guatemaltecos. La suma de habilidades destructoras de ambos cuerpos diseñados para el exterminio fue el principio del fin. El comienzo de una ola de violencia que aún continúa tocando a la puerta de las familias mexicanas.

Yarrington es responsable principal de un genocidio que será recordado muchas generaciones. No fue sólo un gobernador narco porque su sociedad con Cárdenas Guillén abrió la puerta a algo peor que el tráfico de droga: con él se consolidó el narcoestado de Tamaulipas, que después extendió sus garras por todo el territorio mexicano.

La zona de influencia Zeta tuvo como capital Matamoros. Después se desparramó desde Tamaulipas hacia Coahuila, Veracruz, Nuevo León, Tabasco, Guerrero, Michoacán y Nayarit. A este fenómeno de terror es posible seguirle la pista porque dejó huellas por su modo de operar. Las tristemente famosas narcofosas comenzaron con Los Zetas y todavía hoy se descubren aquí y allá.

Esta forma de crimen organizado tiene como peculiaridad que no conoce frontera de responsabilidades entre la autoridad legal y el mando ilegal. Los Zetas fueron militares y también policía judicial. Osiel Cárdenas cobró durante más de 10 años como funcionario de la PGR, lo mismo que varios de sus socios más próximos.

En sentido inverso Yarrington, y también su sucesor Eugenio Hernández formaron parte de la empresa criminal. Eran eslabón destacado de la cadena de intereses y mando económico que estranguló a la sociedad tamaulipeca hasta hacerla estallar.

Con el dinero que llegó a sus arcas ambos financiaron campañas políticas de su partido, el PRI, y presumiblemente también de la oposición. Compraron autoridades municipales, altos mandos del Ejército y protección federal.

Yarrington intentó invertir en una candidatura presidencial propia y luego en las aspiraciones de Arturo Montiel. Esta última aventura no llegó lejos, pero eso no detuvo las pretensiones políticas de la organización criminal a la que pertenecía.Los testimonios de los capos juzgados en EU, dan cuenta de la enorme cantidad de recursos invertidos por el Cártel del Golfo, y sus posteriores derivaciones, para descarrilar la incipiente democracia mexicana durante la primera década de este siglo.

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