

AGENCIA
China.- En la antigua China del siglo II, las autoridades imperiales enfrentaban un grave problema: Sin sistemas de comunicación eficaces, era imposible saber con prontitud dónde ocurrían los terremotos para enviar ayuda. Fue entonces cuando un astrónomo de la corte, Zhang Heng, propuso una solución revolucionaria para su época: Un dispositivo capaz de detectar sismos y señalar su dirección de origen.
Zhang Heng diseñó un jarrón de bronce monumental, decorado con ocho dragones dispuestos en círculo, cada uno sosteniendo una bola metálica. Justo debajo de ellos, ocho sapos con la boca abierta aguardaban el impacto. El secreto estaba en el interior: Un complejo mecanismo de péndulo que respondía a las vibraciones del suelo. Al activarse por un sismo, el péndulo hacía que uno de los dragones soltara su bola en el sapo correspondiente, indicando el punto cardinal de donde provenía el temblor.
La innovación generó escepticismo… hasta que ocurrió lo impensable. El instrumento dejó caer una bola sin que nadie en la capital sintiera nada. Semanas después, mensajeros confirmaron que un terremoto había sacudido la región de Longxi, a cientos de kilómetros de distancia. El aparato había sido preciso.
A partir de entonces, el invento fue adoptado oficialmente como el primer sismoscopio de la historia. Aunque el artefacto original no ha sobrevivido, su existencia y funcionamiento quedaron registrados en textos antiguos como el Libro del Han Posterior, que documenta la sorprendente capacidad de Zhang Heng para “escuchar a la Tierra cuando temblaba”.
Además de astrónomo, Zhang Heng fue inventor, matemático y pensador. Su legado sigue vigente como un testimonio de la ingeniería avanzada y visión científica de la antigua civilización china.

