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De política y cosas peores

Superiberia
  • Por CATÓN / columnista

En el banquete de bodas un invitado con humos de orador se puso en pie a fin de pronunciar un brindis. Empezó con sonorosa voz: “¡Pido a la novia que levante su copa!”. Llena de confusión la muchacha procedió apresuradamente a levantarse el brassiére. (Y lo hizo con ambas manos, pues el señor no precisó cuál de las dos copas debía levantar)… El juez leía el expediente del reo: “Robo… Asalto… Allanamiento de morada… Fraude… Fraude… Fraude…”. “Sí, señor juez -acotó el individuo-. En estos tiempos de tanta competencia tiene uno que especializarse en algo”… Varias diferencias hay entre una disputa y una discusión. La primera diferencia -muy grande- es que la palabra “discusión” no se oye tan feo como el término “disputa”.. Las otras diferencias son susceptibles de medición con un fotómetro y un calorímetro. En efecto, en las discusiones los que debaten procuran poner mucha luz y muy poco calor. En las disputas, en cambio, quienes en ellas participan ponen mucho calor y muy poca -o ninguna- luz. Y es que las discusiones son ejercicio de la inteligencia, en tanto que las disputas pertenecen al bajo mundo de lo visceral. No del sentimiento, entiéndaseme bien. El mundo del sentimiento es alto y noble. Pero lo que llamamos “visceral” nos aleja de la razón, oscurece nuestro entendimiento y nos aleja de la sindéresis, vocablo éste de poco uso que sirve para designar la capacidad de juzgar con rectitud.  Quienes disputan suelen hacer uso de muchas palabras y presentar muy pocas ideas. Su intención es vencer al otro aun a costa de la verdad. Es lo que hacían los sofistas de la antigüedad helénica. En cambio quienes discuten o debaten buscan juntos la verdad: contrastan sus puntos de vista, diferentes, y mediante esa comparación honesta y lúcida llegan a un acuerdo razonado y razonable. Pero suspendo aquí la perorata, pues advierto que me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Lo que quiero decir es que la democracia es cosa de discusión, no de disputa. Este año será crucial en la historia democrática de México, Esperemos que no se encone con prédicas que dividan a los mexicanos y pongan en ellos semillas de discordia y desunión. Debate democrático, sí; disputas viscerales de politiquería, no…En forma concienzuda el papá de Pepito le estaba dando a su tremendo hijo unas buenas nalgadas, pues el chiquillo había hecho una más de las suyas. “Ya no lo castigues -le pidió al señor su esposa-. Ten la seguridad de que no lo volverá a hacer”. “Precisamente por eso estoy aprovechando –respondió él-, porque a lo mejor ya no lo vuelve a hacer”… La recién casada, frondosa y joven mujer de nombre Avidia, hizo que en los tres primeros días de la luna de miel su flamante maridito le demostrara 12 veces seguidas su amor, a razón de cuatro veces por día; matiné, moda, tarde y noche. Terminado el trance duodécimo el muchacho cayó de espaldas en la cama. Estaba -cualquiera lo habría estado en su lugar- exangüe, desfallecido, exánime, abatido, postrado, decaído, desmadejado, laso, debilitado y consumido. No obstante eso la insaciable recién casada le pidió: “Hagamos el amor una vez más”. “Pero, Avidia -alcanzó a decir él con feble voz-. ¡Ya van 12 veces!”. “¿Y qué? -preguntó ella, inexorable-. ¿Acaso eres supersticioso?”. (¡Exigente desposada! El ruego de tu joven marido no tenía nada qué ver con cuestiones esotéricas, con cábalas o mitos pertenecientes a la credulidad. Su cansancio se fincaba en factores ineluctables de orden físico. Déjalo que se reponga, al cabo eso no es jabón que se gaste y ten la seguridad de que con nuevas energías tu galán hará honor de nuevo al lecho conyugal)… FIN.

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