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De política y cosas peores

Superiberia
  • Por CATÓN / columnista

“Anoche tuve una pesadilla horrible -le contó doña Jodoncia a don Martiriano, su marido-. Soñé que Brad Pitt y tú se peleaban por mí, y que tú ganabas”…Una encuestadora le preguntó al señor: “¿Cree usted en la educación sexual de los adolescentes?”. “Desde luego que sí –respondió él-. De mi hijo adolescente he aprendido muchas cosas acerca del sexo”… El duque Sopanela estaba muy orgulloso de la pérgola o pequeño kiosco que había hecho construir en su jardín. Cierta noche vio desde su balcón algo que lo inquietó bastante. Llamó a su hija Loretela y le dijo con severidad: “Vi cómo besabas a tu novio en la pérgola”. “¡Oh no, papi! –enrojeció la chica-. ¡Lo besé nada más en los labios!”… Meñico Maldotado es un joven varón con quien natura se mostró avarienta en la parte correspondiente a la entrepierna. Casó con Pirulina, muchacha sabidora. La noche de las bodas el desposado dejó caer la bata de franela azul con ositos verdes y de color naranja que para el efecto le había confeccionado su mamá, y por primera vez se dio a ver al natural ante los ojos de su flamante mujercita. Lo observó ella y exclamó: “¡Ay, Meñico! Es cierto que el país está en crisis, ¡pero tú exageras!”… Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Les contó a sus amigos en el bar: “Mi suegra vive con nosotros. Por la mañana se presenta llevando todavía la máscara que por las noches se pone para el cutis; una de lodo verdinegro”. Preguntó uno: “Y ¿le ha dado resultado la tal máscara?”. Respondió Capronio: “Te diré: se ve mejor con ella que sin ella”… Aquel muchacho tenía apenas un mes de casado cuando el ejército lo llamó a filas. Un año entero estuvo fuera de su casa. Cuando cumplió el servicio e iba a regresar le puso un mensaje a su esposa: “No aguanto ya las ganas de verme entre tus brazos. ¡Cómo me gustaría que al pie de la escalerilla del avión hubiera una cama!”. “También a mí me gustaría eso –le contestó ella-. Pero tendrías que asegurarte de ser el primer hombre en bajar”… Hace muchos años Isela Vega se presentó en Saltillo. Fui al teatro, desde luego. Me llamó la atención ver entre el público a los dos más importantes magnates de la industria local con sus respectivas esposas. Pilares de la comunidad esos señores, de la cual eran casi dueños, católicos de cepa, circunspectos y parsimoniosos, su presencia ahí resultaba inexplicable. Era como si a don Casiano Campos, el comunista más firme y más auténtico de la ciudad, se le hubiera visto en misa. Pensé: “No saben quién es Isela Vega”. No lo sabían, claro. En la mismísima primera escena del mismísimo primer acto la desenfadada actriz empezó a decir palabrotas de más calibre que el del cañón alemán Bertha de la Primera Guerra. Tan pronto comenzó aquella andanada de badomías los solemnísimos esposos se miraron entre sí y al punto los dos matrimonios se levantaron de sus butacas y se encaminaron hacia la salida. Isela interrumpió la representación, y desde el escenario les gritó con voz cabaretera: “¿A dónde van? ¿Van a mear?”. Se escurrieron los aludidos entre las risitas de la gente. No sé si Isela Vega haya sido feminista, pero actuó siempre como tal. A mí me caía bien por su desinhibido desparpajo, por su aguerrida y simpática desfachatez. Era mujer libre, y ejercitaba sin restricción su libertad. En un tiempo de convencionalismos desafió todos los convencionalismos. Era bella y era también inteligente. (O era inteligente y era también bella). Me imagino la cara que San Pedro puso cuando la vio llegar al Cielo. Porque ahí debe estar esta mujer –plena mujer- que nos dio tanta belleza, tanto talento y tanta gracia… FIN.

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