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De política y cosas peores

Superiberia
  • Por CATÓN / columnista

En la suite nupcial la pudorosa novia le dijo a su flamante maridito: “He guardado para esta noche mi pureza, mi virginidad, mi virtud, mi doncellez, mi castidad”. “Muy bien –la interrumpió el anheloso galán-. Disponte ahora a gastar todos tus ahorros”… El joven recién graduado de la universidad se presentó a pedir empleo en la Contaduría Superior de la Nación. El director le dijo: “Permíteme hacerte una pregunta: ¿cuántas son 7 por 9?”. “63” –respondió el muchacho. El director se volvió entonces hacia su secretario y le dijo: “Tenías razón, Mequínez. Son 63”… Sonó el teléfono del manicomio y una voz de hombre preguntó: “¿Se les escapó anoche un loco?”. “No –respondió con extrañeza el encargado de la recepción-. ¿Por qué pregunta usted eso?”. Explicó el que llamaba: “Es que mi esposa se escapó ayer con un hombre, y todavía no puedo explicarme el acontecimiento”… Vuelvo la vista a mi redor –culterana manera de decir que volteo pa’ todos lados- y veo llenos los estacionamientos de los bares y los restoranes, de las tiendas de autoservicio y los centros comerciales. Tal parece que aquí no ha pasado nada, o que ya todo pasó. Pienso que no debemos bajar la guardia ante el coronavirus, pues la pandemia no ha disminuido; sigue siendo amenaza permanente. Es verdad que el confinamiento ha durado mucho tiempo ya. El que mi esposa y yo nos impusimos comenzó el 13 de marzo del pasado año. Desde luego ella es una muchacha todavía, pero yo soy adulto ya mayor,  y debo tomar todas las precauciones para que el malhadado bicho no me tome, pues la vacuna no nos ha llegado, y ni esperanza tenemos de que algún día nos llegue. Hemos aguardado nuestro turno, como es debido, pero la espera ha sido en vano. En fin. Se acercan las vacaciones de Semana Santa, llamadas ahora de Primavera por aquello del laicismo. Veremos cómo las playas de turismo se abarrotarán, y cómo estarán colmados los centros vacacionales del país. Tengamos cuidado. El peligro no ha desaparecido. La paciencia y la prudencia son tan necesarias ahora como al principio de la plaga… El padre de familia reprendió severamente a su hijo: “Otra vez nos han llegado a tu mamá y a mí las quejas de los vecinos. Que llegas a medianoche gritando y escandalizando; que fumas y bebes cerveza en la vía pública; que tratas de seducir a sus hijas… Si sigues portándote así no te haremos tu fiesta de 10 años, Pepito”… Llegó un sujeto a un rancho. Con ese nombre, “ranchos”, se conocen en la región montañesa de Coahuila y Nuevo León los lugares donde se destilan mezcales en forma clandestina. El individuo le pidió al encargado: “Dame un litro de mezcal”. Preguntó el hombre: “¿Trae usted envase?”. Respondió el otro: “Con él estás hablando”… Sonó la campana que puso fin al primer round de la pelea, y Kid Lona regresó a su esquina tundido y echando sangre por nariz y boca. Le dijo, consternado, a su manejador: “¡Caramba! ¡Tan amable que se veía cuando nos saludamos en el centro del ring!”… La vecina le preguntó a doña Macalota: “¿Cómo está tu marido?”. Contestó ella: “Regular”. La vecina se preocupó: “¿Le pasa algo?”. “No –replicó doña Macalota-. Eso de ‘regular’ lo digo porque hay otros mejores”… El padre Arsilio amonestó a su sacristán: “No les digas ‘clientes’ a los que vienen a confesarse. Eso se oye muy mal. Llámales ‘penitentes’”. Opuso el rapavelas: “Eso se oye peor”… Leovigildo casó con una azafata de línea aérea. A su regreso de la luna de miel un amigo le preguntó cómo le había ido. “No muy bien –respondió, mohíno, el desposado-. Todas las noches ella me decía: ‘Colóqueselo sobre nariz y boca y respire normalmente’”… FIN.

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