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De política y cosas peores

Superiberia

“Me has sido infiel muchas veces” -le reclamó doña Macalota a su esposo don Chinguetas. Replicó él: “Y tú eres injusta conmigo. No mencionas todas las veces que te he sido fiel”. Cholina era soltera. Nunca faltaba alguna impertinente amiga que le preguntaba por qué no se buscaba un marido. Respondía ella: “Tengo un perro que se la pasa ladrando o gruñendo, una chimenea que echa humo y un gato que se sale todas las noches. ¿Pa’ qué chingaos quiero un marido?”. 

Naufragó el barco. Un marinero y tres hermosas chicas consiguieron llegar a una isla desierta. Transcurrieron dos meses y un día el marino se acercó a ellas con intención que se veía a las claras. Exclamaron las tres con voz de alarma: “¡Oh no!”. Pasaron otros dos meses y una noche las tres chicas se acercaron al marino con intención que se veía a las claras. Exclamó él con débil voz: “¡Oh no!”. Don Senecto, señor septuagenario, fue a confesarse con el padre Arsilio. Le dijo: “Acúsome, padre, de que anoche le hice el amor tres veces seguidas a una mujer que no es mi esposa”. Prescribió el buen sacerdote: “De penitencia reza tres rosarios”. Don Senecto exclamó lleno de alegría: “¿Entonces usted sí me cree, padre?”. 

Desde que San Miguel peleó con Lucifer el mundo no ha conocido un solo día de paz. Parece que los humanos nacimos para partirnos perpetuamente la madre los unos a los otros en guerras civiles -las más inciviles de las guerras-, religiosas -las menos religiosas entre todas- o por motivos casi siempre inventados como pretexto para que el fuerte medre a costa del más débil. Igual sucede al interior de las naciones, por la lucha de clases (aunque sean virtuales) o por cualquier otra sinrazón. 

Hoy por hoy México está polarizado, dividido. En el País reina la discordia y cada mañana, al menos de lunes a viernes, surge un nuevo factor de desunión. El máximo divisor ha dividido incluso a quienes le son más cercanos y con tres años de anticipación los puso ya a competir entre ellos. 

Algo tiene ese señor de Júpiter Olímpico, que sentado en su trono contemplaba, enojado unas veces, divertido otras, indiferente casi siempre, las pugnas de su corte y las de los humanos. La tarea inicial de quien le siga en el poder, si es que lo suelta -al poder o a quien le siga en él-, será emprender una gran tarea de reconciliación nacional que permita que todos los mexicanos por igual puedan colaborar en la reconstrucción de nuestro País, que quedará bastante destruido después de este régimen en el que poco se ha hecho y mucho se ha deshecho. Pobre México; tan lejos de Dios y tan cerca, cada vez más, de Cuba, Nicaragua y Venezuela. 

En la fiesta un sujeto abordó a una atractiva dama y le habló con voz insinuativa: “Me gustaría invitarte a salir una de estas noches”. Replicó ella, molesta: “¿Qué no es usted casado?”. “Sí -admitió el tipo-. Pero asintomático”. Astatrasio Garrajarra, perseverante briago, llegó a su casa en horas de la madrugada y en competente estado de ebriedad. En la oscuridad de la alcoba se sentó en la cama para desvestirse. Lo sintió su esposa y le preguntó: “¿Eres tú, Astatrasio?”. Farfulló el temulento: “¡Si no soy yo vas a ver la que se va a armar!”. Lord Feebledick comentó en charla con sir Highrump, su vecino: “En mi club no hablamos de política, pues eso puede conducir a discusiones. Por lo mismo no hablamos de deportes. No hablamos de religión por respeto a las creencias de cada quien”. Sir Highrump preguntó, curioso: “Y de sexo ¿hablan?”. Respondió lord Feebledick: “Tampoco”. Quiso saber el otro: “¿Por qué?”. Respondió milord: “Porque ya no recordamos qué es”. FIN. 

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