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El arte de vender lo invendible

Superiberia

Aunque los ropavejeros y vendedores de usado ya habían sentado sus reales en la ciudad desde finales del siglo XIX, los vendedores de trebejos, de aquellos que todavía rondan por algunos puntos de la ciudad, como en la calle de Veracruz, donde me los encontré hace unos días, se han distinguido siempre por sacarle algunas monedas a lo que muchos consideran invendible.

Desde un boiler oxidado, pasando por tubos, llaves y grifos para baño, hasta marcos de ventana, barandales para escalera, puertas o algún lavabo de fierro de la época de Antonio Badú, sin contar joyas, libros, juguetes rotos y toda clase de pedacería encontraban un buen postor.

Durante muchos años, el perímetro del mercado de El Volador fue uno de los principales puntos de venta para estos señores, quienes estaban siempre pendientes de los menajes de casa y las demoliciones, para ofrecer unas cuantas monedas por aquellos materiales que podían revender al doble o triple.

Entre los “maistros” que preferían canalizar el adelanto del cliente en una generosa ronda de alipuses, no había mejor opción que acudir con los trebejeros para escarbar entre sus fierros y encontrar aquella pieza que podía ser adaptada con ingenio mexicano.

Muchos mecánicos solían buscar también en estos puestos las refacciones difíciles de los modelos descontinuados, lo cual, con los años dio lugar a un rubro anexo de trebejos automotrices que se extendió por algunos camellones de las colonias Hidalgo y Obrera. 

Entre los trebejeros existían dos bandos: aquellos que como hormigas trabajadoras recogían sus materiales pacientemente de lotes baldíos y tiraderos, o bien los adquirían por unos cobres para conformar con el tiempo un puesto surtido, y otros que se convertían en topos y saqueadores de predios abandonados, autos viejos y hasta obras negras, donde abundaban las piezas a la medida de los exigentes. 

La mayoría de estos comerciantes usaban carritos de madera para transportar su mercancía e incluso eran comunes los que en pleno siglo XX conservaban la costumbre de ayudarse con mulitas y borricos, mismas que daban al paisaje urbano ese aspecto de ciudad que no ha abandonado sus raíces provincianas.

Los trebejeros más humildes mantenían viva la costumbre prehispánica de transportar sus piezas haciendo uso del mecapal sujeto a la frente, tal como lo vemos en la fotografía del legendario Héctor García que hoy presentamos; técnica que se usaba para cargar las piedras de los templos antes de la conquista española.

Aunque para ganarse el pan había que luchar a brazo partido y sudar la gota gorda, también existían buenos tiempos para estos hombres cuando alguna oficina pública era desalojada y dejaba un buen ajuar de útiles materiales que quedaban a disposición del primero que llegara.

Desde canceles hasta escritorios viejos y vitrinas se desmontaban en un dos por tres para ser transportados a los barrios humildes y ser revendidos a los buscadores de ofertas. 

Un cronista resaltaba en 1936 la fortaleza física de estos hombres, quienes aún con muchos otoños encima podían cargar hasta dos veces su propio peso y recorrían largas distancias emulando al Pípila con su roca sobre la espalda. No obstante, incluso los más fuertes terminaban por doblarse con la edad y pocos se interesaban en saber el destino de un trebejero que ya no podía recolectar material y que no tenía derecho a ningún tipo de servicio médico o seguridad social.

Precisamente sobre este tópico, la lectora Lucía Fuentes nos pidió información sobre el número de personas de la tercera edad que sobreviven en la ciudad de México realizando tareas de gran desgaste físico (cargadores, albañiles, etcétera, con más de 70 años de edad). 

Lamentablemente no encontramos información al respecto y en muchas estadísticas oficiales se resumen convenientemente todas las actividades de la tercera edad bajo el rubro “laboralmente activos”; es decir, que bajo esta visión serían igualitos un juez de la Suprema Corte, que un machetero con más de siete décadas que debe sacar la comida del día con una actividad ya no apta para sus años… ¡Qué bueno que hay encuestas para enturbiar permanentemente las aguas de la justicia social!

 

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