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El diálogo en la democracia  

Superiberia

Gilberto Nieto Aguilar
Columnista

La palabra hizo posible la formalización del pensamiento. A mayor profundidad, a mayor calidad de imágenes, metáforas y expresiones, mayor penetración en el lenguaje, mayor precisión en la idea y el pensamiento. Palabras con vida, un todo en que participan la palabra, el sentimiento y el razonamiento en una conjunción que marcha junto a la evolución del hombre, cuya convivencia y estilos de vida, dejan su impronta en cada región de nuestra aldea planetaria.
El diálogo es un intercambio de ideas, pensamientos, puntos de vista, expresiones. Es una necesidad del hombre de todos los tiempos y una de las formas más utilizadas, desarrolladas y complejas para comunicarse, en la cual entran en juego los valores y creencias de las personas. Forma parte importante de la convivencia y la resolución de conflictos. Y los psicólogos consideran que a través del diálogo la persona puede encontrar su equilibrio psicológico.
El diálogo, la negociación y el debate, fundados en la permanente información y participación ciudadana, son estrategias valiosas para fortalecer la democracia. Debe establecerse entre todas las instancias posibles, gubernamentales y civiles. Un pueblo bien informado puede participar con argumentos en la toma de decisiones y disfrutar del pleno derecho a la información y el ejercicio de la libertad de expresión.
El ser humano acepta la utopía de la democracia y la libertad bajo el supuesto histórico de que los movimientos democráticos han sido impulsados por dos creencias básicas: primero la virtud, racionalidad, sentido común y capacidad de juicio de la gente común y corriente, del ciudadano de a pie que puede llegar a gobernar; y, segundo, el potencial y la tendencia a resentir y resistir la opresión a su libertad y la falta de estímulos para su desarrollo (Aníbal Romero, 1994).
La historia señala que ante un dominio permanente, frente a un Gobierno autoritario y con una represión sistemática, el pueblo se vuelve débil, indiferente, y termina por caer en un consentimiento pasivo. El pueblo tiene miedo y necesita de una fuerza extra para salir del marasmo, de la inercia en que lo envuelve la indiferencia y la falta de confianza en sus gobernantes y en el colectivo social.
Es una pena constatar que pocos gobiernos quieren la paz con libertad y justicia; para ello se necesita el ejercicio de una larga tradición histórica. Los gobiernos autoritarios rara vez respetan las barreras constitucionales y legales, las decisiones judiciales y la opinión pública, y por ello difícilmente inician una verdadera transformación social y política. Por otro lado, las elecciones en muy contadas ocasiones son la solución para emprender reformas democráticas que alivien cargas y carencias y satisfagan las aspiraciones de la población.
Un Gobierno autoritario ni siquiera toma en serio las necesidades y aspiraciones de la población gobernada. Son un medio, no un fin. En estas condiciones el diálogo difícilmente puede darse y el proceso de depuración y mejora constante se pierde bajo el axioma de que la autoridad sabe lo que hace y tiene la razón, suscitando un panorama poco esperanzador, como actualmente se observa en México.
gilnieto2012@gmail.com

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