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El primer Francisco

Superiberia

Hoy como ayer y como siempre, en la Iglesia católica, a la que dicen pertenecer 83% de los casi 106 millones de mexicanos, no habrá saltos al vacío por la asunción del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio a la silla de san Pedro.

Desde el punto de vista periodístico, la llegada del ahora ex arzobispo de Buenos Aires al papado es un bocado de cardenal: es el primer americano, el primer latinoamericano (que no latino) en la historia del catolicismo; el primer no europeo en casi mil 300 años, el primero que convivirá con su antecesor en 600 años y el primero surgido de la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, congregación en ocasiones perseguida  dentro de su misma Iglesia y tan poderosa que a su líder (conocido como El General) se le llamó el Papa Negro, y de la que sus miembros tienen la fama de ser sacerdotes instruidos, cultos y expertos en diversas materias y promotores de centros educativos de alta calidad (el ejemplo en México es el sistema de  la Universidad Iberoamericana).

Por si fuera poco, el Papa de la Iglesia católica es el líder espiritual de más de mil 200 millones de fieles en el mundo y, dígase claramente, el poder político y económico que ello representa o puede representar en momentos determinados. Esto explica la asistencia de decenas de jefes de Estado y de gobierno a la misa de entronización del cardenal Bergoglio como el Papa Francisco, el próximo martes 19 en la Basílica de San Pedro en Roma. En muchos países, aquellos de mayoría católica en donde están todos los latinoamericanos, muchas políticas públicas (algunas tan importantes como las referentes a salud y educación) requieren de la aprobación, así sea implícita, de la jerarquía católica para que tengan mayor éxito. Todavía tener como aliada o al menos no como opositora a la Iglesia católica es un buen activo político. Su poder también se mostró de inmediato entre algunos de sus impugnadores que divulgaron en las redes sociales fotografías falsas que intentaban mostrar ligas con la dictadura argentina.

Es, en casi 2000 años, el primer Papa que escogió llamarse Francisco (el nombre del santo de Asís, a quien el catolicismo considera la encarnación de la humildad, aquel que renunció a todos los bienes terrenales para seguir la enseñanzas de Jesús y a quien varias generaciones de latinoamericanos conocieron a través de Los Motivos del Lobo del bardo nicaragüense Rubén Darío.

Y más aún, de inmediato el Papa argentino ha resultado una buena atracción para los medios de información del mundo: aficionado al futbol e hincha del San Lorenzo de Almagro (no del Boca Juniors ni del River Plate), con fama de austero y repelente a la pompa que rodea a la mayoría de los jerarcas católicos del mundo, que en algunos casos se han convertido en verdaderos socialités, se supo de inmediato que vivía en un departamento y que en Buenos Aires utilizaba frecuentemente el Subte (Metro) y los autobuses públicos, por lo que no resultó extraño su rechazo al auto papal y la decisión de viajar en autobús junto con algunos de los cardenales que lo eligieron y el presentarse él mismo a pagar el hotel a donde llegó a Roma como cardenal de Buenos Aires. En su primera aparición pública en la Plaza de San Pedro evitó los ornamentos de lujo y antes de dar la tradicional bendición a la ciudad y al mundo pidió a sus fieles que lo aclamaban que lo bendijeran a él. Se le supone bromista: a los cardenales que lo eligieron les dijo: “Qué Dios os perdone (por lo que me habéis hecho)”.

Estas primeras señales advierten un papado, digamos, popular, quizás desenfadado, más cercano a los fieles. Sin embargo, apostar a grandes y esenciales cambios en la Iglesia católica es absurdo. Los presuntos análisis sobre la liberalidad o el conservadurismo del nuevo Papa siempre serán ingenuos si uno parte de una premisa básica y prácticamente inamovible: las Iglesias, todas, están sustentadas en dogmas de fe y éstos no son categorías políticas. Por su naturaleza las Iglesias milenarias, en este caso la católica, son conservadoras. Ésta es una de las razones, guste o no a los creyentes y no creyentes, a católicos o no católicos, por las que han subsistido. “Tú eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra (este Pedro), edificaré mi Iglesia”, dice la tradición católica que proclamó Jesús.

Con el papa Francisco, como con muchos más que vendrán, no habrá cambios sustanciales en la doctrina católica con relación a temas que cotidianamente importan a los humanos, entre ellos mil 200 millones de católicos, como el aborto, el divorcio, las bodas entre personas del mismo sexo, la eutanasia, quizás ni en el sacerdocio para las mujeres y otros más como el celibato. Ya dijo, que la Iglesia católica no es una organización no gubernamental piadosa. Dígase claramente: no se vale pedir peras al olmo.

Y la permanencia doctrinal sobre esos asuntos terrenales seguirán influyendo en los problemas que deberá enfrentar con urgencia el nuevo Papa: la disminución de católicos en el mundo, los escándalos por la pederastia de muchos curas, la corrupción y los fraudes en lo que se conoce como el Banco Ambrosiano, la escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas en un mundo cada vez más laico, entre otros.

Por lo demás, hoy los humanos —la mayoría de ellos— gozan de la libertad de pertenecer o no a la Iglesia que quieran, ser creyentes sin pertenencia eclesial alguna, a ser creyentes o no. Ventajas de la libertad, de aquel viejo libre albedrío.

Y parece que Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa Francisco, lo tiene muy claro: al recibir a la mayoría de los más de seis mil periodistas que “cubren” su entronización papal dio una muestra de respeto a la pluralidad religiosa, que incluye a los no creyentes. Dijo: “Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios”.

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