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El triunfo del control natal contra la ideología

Superiberia

 Por: José Miguel Cobián  /  columnista

Todos comenzamos el año con anhelos, propósitos y preocupaciones muy particulares. Unos cuantos se preocupan por el futuro de la especie humana, mas allá de los intereses particulares, de aldea, de Estado o de País… Y resulta que un tema que poco se toca, pero despierta grandes pasiones es el del control de la natalidad. Ese tema que se envuelve también en el mismo papel de regalo que los derechos de la mujer sobre su propio cuerpo, el uso de todo tipo de métodos anticonceptivos, desde los que se sabe que funcionan hasta los mitos usados por sociedades y culturas primitivas. Entrando también en el tema de la religión, las discusiones de cuándo se considera humano un producto en el vientre de la madre -que si al momento de la concepción, que si a los tres meses, que si cuando es viable fuera del vientre, etc.-   

Curiosamente, la respuesta la proporciona otra ciencia, una ciencia exacta: Las matemáticas. Pero antes de llegar a ese momento, habrá que realizar algunas consideraciones.

Originalmente, el homo sapiens sufría de condiciones muy adversas para reproducirse. Como el resto de los animales, tenía una alta tasa de mortalidad infantil, elevado riesgo de enfermedades y accidentes sin cura natural, y los riesgos propios de que cualquier miembro de la especie que sufriera un accidente o enfermedad grave, e incluso incapacidad por edad avanzada, difícilmente podría sobrevivir, lo cual mantuvo el índice de crecimiento de la especie en cotas muy controladas, que a pesar de su expansión por todo el planeta, le permitió crecimientos muy moderados, apoyados por las grandes epidemias, guerras y desastres naturales que ayudaban también a reducir la población de los miembros de la especie. Así, las hembras de la especie podían tener todos los descendientes que pudieran parir, sin el riesgo de sobrepoblar el planeta.

Sin embargo, un día llegó la revolución científica que ayudó a combatir enfermedades al por mayor y redujo brutalmente la mortalidad infantil y senil. Posteriormente, los seres humanos inventaron el Estado benefactor, ese que se hace cargo de los más débiles de la sociedad más allá de las propias capacidades o de las de sus familiares para sostenerlos. Este Estado benefactor produjo un incremento exponencial en el número de miembros de la especie que pueblan el planeta. Al haber más parejas, nacen más descendientes, lo cual se convierte en un círculo virtuoso o vicioso (según se vea) lo cual provoca un incremento aún más acelerado de la población. Pero esto no es nuevo, Malthus ya lo había analizado hace algunos ayeres.

Poco a poco, el incremento de la población se vio compensado con un incremento en el saber científico y en la productividad de la tierra, lo cual trajo una era de bienestar y sobreproducción de alimentos, de tal forma que había más recursos para alimentar a una población siempre creciente. Esto ha permitido a los detractores de las teorías que anuncian un apocalipsis por sobrepoblación, convencer a más personas de que no hay ningún problema en que la especie humana siga incrementando su número.   

Sólo que hay un límite, más allá del cual, los nuevos seres humanos que lleguen a habitar el planeta sufrirán de manera indecible, y estos años dorados de sobreproducción de alimentos serán recordados por las nuevas generaciones, como el paraíso perdido, pues mientras la población aumenta y aumenta, llegará un momento en que de continuar con la tasa actual, no habrá espacio en los continentes, salvo para estar de pie, sin movernos, uno junto al otro. Lo cual obviamente no pasará, pues antes, morirán muchísimos por inanición. Antes de eso, se verá una reducción de la propia población debido a la imposibilidad de otorgar salud a las grandes masas, y antes aún, incremento de la violencia debido a la imposibilidad de educar a las oleadas de nuevos estudiantes que día a día saturarán las aulas. Los servicios públicos se verán colapsados, y veremos un regreso a las edades más oscuras. No hay remedio, es inevitable, las matemáticas no fallan, y el crecimiento sigue y sigue sin un límite. Por lo tanto, más temprano que tarde, veremos que los Gobiernos se vean obligados a limitar el número de hijos por pareja. Si no es que antes, algunas epidemias y mutaciones en las enfermedades que afectan a la especie, proliferan debido a mutaciones y a la posibilidad de replicarse en tantos huéspedes hacinados como los que habitan en las grandes ciudades del planeta.

Paradojas del destino, las religiones que hoy luchan en contra del control natal, serán la causa del sufrimiento y la muerte de miles de millones de personas. Las religiones que hoy promueven el bien y el amor, serán la causa del mal y el dolor de miles de millones. Curiosamente, en la mayoría de las jerarquías religiosas hay personajes con capacidad para comprender el futuro al que nos acercamos rápidamente como especie (un lapso de 500 años), pero se valora más el beneficio inmediato que el riesgo a largo plazo, considerando que un cambio de dogma resulta muy complicado y costoso para quienes ciegamente confían en lo aprendido, eso que servía en el pasado pero ya no sirve en el futuro.   

Lo mismo sucede con los gobiernos. Si son conservadores, influenciados por alguna religión de las tres mil que existen en el planeta, y su creencia religiosa implica ¨recibir todos los hijos que Dios mande¨, o su conveniencia política implica no enfrentar esas creencias religiosas, entonces no harán nada, llevando a sus países a la sobrepoblación y al sufrimiento de muchos para beneficio de unos pocos.

Sin poder evitarlo, las matemáticas indican que si la especie quiere sobrevivir los próximos mil años, tendrá que aplicar control natal. La paradoja es interesante. No lo veremos nosotros, pero el triunfo del control natal está asegurado a largo plazo, ya sea aceptado o simplemente por la desaparición de la especie, pues los mecanismos naturales para evitar la sobrepoblación ya no operan gracias al avance de la ciencia.

La otra opción es comenzar a colonizar la galaxia a la brevedad. Algo que no se percibe como solución antes de 500 años, debido a la brecha de conocimiento científico y tecnológico, particularmente la imposibilidad actual de superar la velocidad de la luz, para acortar las enormes distancias interestelares, que implican viajes mucho más largos que el período de una vida humana, y los costos que implicaría enviar mil o dos mil millones de personas a colonizar otros mundos, para aliviar por una generación la presión que esa tierra sobrepoblada del futuro cercano traerá sobre la supervivencia de la especie humana.   

Como siempre, la naturaleza encuentra mecanismos autorreguladores, e incluso, la plaga humana será regulada, ya sea por voluntad propia, rompiendo dogmas y creencias útiles en otras épocas, o por la simple realidad que se impone por encima de cualquier visión distorsionada del presente y del futuro.

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