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La desaparición de la violencia

Superiberia

Cada uno de los homicidios con características de “ejecución” que ocurren diariamente en México son una tragedia. Sin embargo, por el impacto social que llegan a tener, unos logran más atención que otros. Es el caso del asesinato del Secretario de Turismo de Jalisco, José de Jesús Gallegos Álvarez, acontecido el sábado pasado. 

Esa muerte pone en evidencia al menos dos cosas: la inoperancia política de un novel Gobernador y una especie de moda que se vive en México, la que quiere repetir como mantra que el crimen va a la baja, que la inseguridad no merece ser el tema número uno en la agenda, que la violencia está desapareciendo. 

No habían transcurrido ni dos horas de la muerte del funcionario jalisciense, y el gobierno de Aristóteles Sandoval ya había salido a decir que el homicidio no tenía que ver con el crimen organizado. Resulta al menos singular la urgencia del Gobernador Sandoval: en su intento por bajar de perfil el crimen termina por desnudarse. “Es posible que el móvil tenga que ver con actividades económicas y empresariales que tuvo antes de ser designado Secretario de Turismo”, dijo el sábado el Secretario de Gobierno de Sandoval, Arturo Zamora. 

En esta especie de confesión de parte, el Gobernador de Jalisco nos hizo saber que:

a) Para él tenía lógica que en los antecedentes del malogrado funcionario estuviera la causa de su muerte. Esa prontísima aseveración hace totalmente improbable que Sandoval no supiera de esos “antecedentes”, y que a pesar de ello procedió a nombrarlo. Él sabrá por qué tomó esa decisión. 

b) Que a pesar de esos antecedentes, el Gobernador no cuidó a su funcionario, de tal manera que se lo mataron sin mayor problema. Craso error de operación. 

c) Que para los criminales era del todo irrelevante que el señor Gallegos ahora fuera miembro del equipo del Gobernador. Ellos tienen su ley, y la del señor Sandoval les tiene sin cuidado al punto de que nomás faltó que lo mataran en medio de un mitin. ¿Podría ser más claro el desafiante mensaje? Claro que siempre queda la posibilidad de que el gobierno de Jalisco se haya equivocado al descartar, en cuestión de minutos, la hipótesis de que los autores de este asesinato hayan sido sicarios del crimen organizado con móvil aún desconocido.

¿A qué se debió esa imprudente prisa? ¿Acaso sintieron que debían bajar el perfil del homicidio de un Secretario de gobierno? ¿Con qué fin? ¿Para el Gobernador era más importante mandar el mensaje de que se trata de “un asesinato más”, en vez de asumir que estamos ante un ataque directo a uno de los suyos, y que es su responsabilidad que estos asesinatos, y ningún otro, pero sobre todo los de alto impacto no ocurran? La actitud del Gobernador Sandoval, sin embargo, parece alineada con algo que se empieza a ver por doquier. 

Una especie de deseo por administrar a toda costa el tema de la violencia. Que se hable menos de inseguridad, y que cuando no haya más remedio que hablar de eso, porque por ejemplo te matan a un alto funcionario, que de ese tema se hable lo menos posible. Y lo mismo ocurre más allá de Jalisco. 

Fusilan a cuatro personas en el Distrito Federal, pero de eso se habla poco. Un medio es acosado con balazos y amenazas en Torreón, mientras otro también en Coahuila anuncia que dejará de cubrir el tema de la violencia, pero eso no es prioridad. Todos los integrantes de un grupo musical son levantados y asesinados en Nuevo León, pero en cuestión de días son olvido. 

La violencia en Tamaulipas sigue y las denuncias de desapariciones de mujeres en Chihuahua también, pero no son materia de mucha atención. Michoacán se descompone (aún más) y en el Estado de México se padece la extorsión pero eso no nos distrae al Pacto por México. 

Por desgracia no es arriesgado aventurar que esta táctica de mínima atención es una apuesta improbable contra el tiempo: estas crisis se administran exitosamente hasta que un evento revienta toda posibilidad, todo intento por manejar el asunto a la vieja usanza, como una agenda colateral, donde tras el evento trágico las autoridades se enganchan lo menos posible al tema en la espera de informar de una acción que “lo resuelve” (por ejemplo como vimos que se manejó el caso de las españolas violadas en Acapulco). 

Esa lógica no sería del todo criticable cuando se tienen incidentes eventuales, casos aislados. Mas cuando lo que se vive es una guerra, aunque se le quiera ver como de baja intensidad, tarde o temprano el incendio regresa para recordarnos que el infierno sigue ahí, aunque no hablemos de él. Como cuando en Jalisco te matan a un Secretario.

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