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México es un país pobre

Superiberia

Por: CATÓN / columnista

Recordemos lo que le sucedió a Sufricia, la abnegada esposa de Capronio. Su marido la llevó al fútbol. Al terminar el juego se hizo una aglomeración en la puerta de salida. Capronio le pidió a su mujer que se pusiera atrás de él para abrirle paso entre la multitud. A poco Sufricia se quejó: “Viejo: acá atrás un pelado me viene agarrando las pompas”. “No te preocupes –le contestó Capronio-. Yo me voy vengando acá delante”.

El ruin sujeto aplicaba a su manera la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente, y en este caso nalga por nalga. (Y a todo esto ¿por qué se llama Ley del Talión? Su nombre proviene del latín “talio”, y éste posiblemente de “talis”, que significa semejante. Antiguamente talión quería decir compensación.

Es la pena que consiste en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó. Ese castigo acabó por desaparecer, tanto porque se consideró que era venganza, no justicia, como por la dificultad de aplicarla en delitos tales como el adulterio, el rapto o la violación). En cosas de comercio, opino, debemos aplicar a Trump la Ley del Talión.

Si él nos impone un arancel, impongámosle otro a él. Tenemos formas de responder a las embestidas de ese rabioso enemigo que de pronto nos salió. Ciertamente México es un país pobre obligado por la naturaleza a tratar con un vecino rico; pero de nación a nación somos iguales. Por eso pienso que tanto desde el punto de vista del protocolo como por lo que toca al punto –no puntillo- de la dignidad, el Presidente Peña debe abstenerse siempre de tratar con los enviados de su homólogo, y delegar su representación en funcionarios de categoría equivalente a la de los visitantes.

La relación del mandatario mexicano con los vecinos del Norte ha de ser sólo de Presidente a Presidente. Hacer otra cosa es sobajarnos ante el energúmeno que nos quiere sobajar…

Vayamos ahora a cosas más godibles, vale decir más placenteras… Aquellos novios se vieron por fin solos en la habitación del hotel donde pasarían su noche de bodas. Con delicadeza, tomando en cuenta la inocencia de su noviecita, el anheloso galán consumó el matrimonio en la debida forma. Al día siguiente, sin embargo, la desposada se quejó: “Mi mamá me echó una mentira”.

“¿Qué mentira te echó?” –le preguntó, intrigado, el muchacho. Respondió ella: “Me dijo que anoche me iba a suceder algo que nunca me había sucedido, que no me fuera a asustar. Eso explica por qué me viste nerviosa, preocupada.

Pero pasó la noche, y no me sucedió nada que antes no me hubiera sucedido ya”…

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