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México: primeros lugares

Superiberia

por: Yuriria Sierra  / columnista

Siempre vamos a sentirnos orgullosos de ver el nombre de nuestro País en primer lugar. Y ahora que andamos con ánimos patrióticos renovados, con mayor razón. Qué emoción cuando es México quien ocupa la posición líder en competencias, torneos, estudios, análisis, etcétera. Pero justamente ese patriotismo renovado nos tendría que obligar a la autocrítica y forzarnos a girar un poco la mirada y ver seriamente a aquellos otros, los que nos avergüenzan, pero que cuya presencia no nos extraña, de tan acostumbrados que estamos a ellos. Y que, justamente, son los que nos restan en autoridad moral para ponernos “al tiro” como tantas veces quisiéramos.

Esta semana nos enteramos de que la Ciudad de México ya es la más congestionada del mundo, según el Índice de Tráfico Tom Tom 2016. Y seguimos en el primer lugar mundial en obesidad infantil y segundo en adultos, según la ONU. También somos primer lugar en embarazos adolescentes, en abuso y turismo sexual infantil, de entre los países de la OCDE. En ese mismo grupo, somos también el País más corrupto. Somos el que más comida “chatarra” y refrescos consume. Y aunque todavía no tenemos la medalla de oro, sí somos bronce, tercer lugar mundial en el índice de criminalidad de Verisk Maplecroft, apenas por debajo de Afganistán y Guatemala. Somos el 140 de 163, en el Índice de Paz Global. Esos, apenas unos cuantos vergonzosos primeros lugares que México ocupa en el mundo en las listas más reprochables. Porque el asunto no es que estemos en ellas, o sí, tristemente, pero más nos debe importar qué se está haciendo para salir de éstas. Si la CDMX es hoy, y por segundo año consecutivo, la más transitada del mundo, en la que en promedio un ciudadano invierte 227 horas al año en transportarse. En lugar de ver mejoras a las vías de comunicación y al transporte público y a planeación urbana, sólo vemos cómo se construyen centros comerciales, estacionamientos públicos, edificios en los que diez de sus pisos son para cajones de autos, puentes vehiculares, pasos a desnivel y segundos pisos. Poca o casi nada de inversión en mejor transporte público, nada a la mejora de las avenidas, que acaban deterioradas y colapsadas. La Ciudad de México es la urbe más transitada del mundo y lo seguirá siendo mientras no haya una planeación real pensada en el futuro que nos está alcanzando a mayor velocidad que con la que un auto avanza, porque ni el precio de la gasolina hace que se suelte el auto.

Somos el primer lugar en corrupción, según la OCDE. Y cómo no: apenas hace un par de días, la Cámara de Diputados fue sancionada porque la Subcomisión de Examen Previo no ha sesionado un solo día desde que fue formada hace cua-tro le-gis-la-tu-ras, y eso que en sus manos están los expedientes de varias solicitudes de juicio político (nada más 319) a distintos funcionarios. Con razón algunos hasta chance tienen de pedir licencia y escapar, porque justo en sus manitas estaba el expediente de Javier Duarte. Corruptos unos, indolentes otros. Y suertudos, porque la sanción que se les puso a los legisladores fue de apenas de 7 mil 500 pesos, que entre sus bonos y salario es prácticamente nada, apenas si un ligero estornudo.

México está en el lugar 57 de 70 dentro del ranking de la prueba del “Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos”, que realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Estamos por debajo del promedio, una lástima, una vergüenza contra la que se ha tenido que vivir desde hace muchos años, los mismos en los que la educación se ha manejado como arma política y dadora de prebendas. Un sector al que algunos quieren condenar al fracaso sólo para mantener sus privilegios. De lo contrario salen a las calles. Así como nos enorgullecemos de los logros que México y sus ciudadanos tienen alrededor del mundo, también debemos preocuparnos por todo eso que arrastramos. No es que nos falte potencial ni talento.ADDENDUM: El 24 cuando veíamos la bandera rota en Campo Marte muchos supersticiosos pensaron inmediatamente en la amenaza llamada Donald Trump. Tras leer esta columna, ¿no piensa usted, lector, que tal vez también nosotros, mexicanos, somos los corresponsables?€

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