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PRI, LA TRANSMUTACIÓN

Superiberia

Por Andrés Timoteo  /  columnista

PRI, LA TRANSMUTACIÓN

El pasado 4 de marzo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) cumplió 90 años de haber sido fundado. Surgió como Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 y hoy está en una medianía de edad. Es nonagenario, pero no es un anciano al borde de la tumba, como algunos lo sentencian. Eso sí, es el más antiguo de los institutos políticos del País porque en América Latina hay partidos mucho más longevos como el Partido Corado en Uruguay que tiene 183 años.

También es cierto que el PRI está estropeado, enfermo de corrupción y quedó muy maltratado tras las elecciones del año pasado, pero que nadie lo dé por muerto. Perdió poder y quedó arrumbado, pero no se le han caído los colmillos ni las garras, mucho menos la coraza ni la cola. Es un dinosaurio que sobrevive, y aún más, ya está mutando para perpetuarse.

No está en agonía sino en transmutación. Es lo que ha hecho a lo largo de esas nueve décadas. Nació revolucionario y después “se bajó del caballo” para subirse a las limusinas cuando llegaron los civiles -los “licenciados”- a la Presidencia y se fueron los militares. Luego, en la década de los ochenta’s se olvidó de los principios revolucionarios y prohijó a los tecnócratas.

Los mandatarios surgidos del tricolor desde Miguel de la Madrid hasta Ernesto Zedillo, pasando obviamente por Carlos Salinas de Gortari es más neoliberal de todos, desmantelaron la carta de valores originaria y la adaptaron a los intereses del gran capital privado, nacional y extranjero, como lo demanda la tecnocracia. El priismo hizo lo impensable pese a que todavía porta la palabra “revolucionario”: vender el País y entregaron la soberanía.

Después se dio el viraje a la derecha, con los 12 años que gobernó el Partido Acción Nacional, y en los que el tricolor fue oposición suave y maleable. De ahí surgió el famoso “PRIAN”, es la alianza para seguir devorando a la nación y enriqueciéndose a costa de las mayorías que tuvo su cúspide en el peñismo.

Pero como bien dicen los burlones en las redes sociales, al Revolucionario Institucional le aplica bien la Ley de Lavoisier sobre la materia pues “el PRI no se crea ni se destruye solo se transforma…en Morena” y la química tricolor hoy corre por el organismo del partido marrón creado por el hoy presidente de la República Andrés Manuel López Obrador que ahora es una izquierda descafeinada.

La migración de priistas, incluyendo a los salinistas y tecnócratas más retrógradas, hacia Morena no es un asunto aislado ni de conversión ideológica sino una transmutación sistémica. De la Revolución al Partido de Estado, de ahí a la tecnocracia, después al “prianismo” y ahora al PRIMOR. El PRI también vive su “Cuarta Transformación” y he ahí su éxito.

Por eso el escritor peruano Mario Vargas Llosa aseveró un día que en México tenía la dictadura perfecta, porque no es un régimen sino un partido que cambia conforme las circunstancias, que se adapta para sobrevivir y que al final de cuentas sigue siendo igual de dañino que una bacteria o un virus en un organismo viviente, mutando para seguir enfermando al huésped, en este caso a la política mexicana.

LOS PRIMOROSOS

Hoy la transmutación se da en dos vertientes, la alianza PRIMOR que es la visible, entre dos fuerzas políticas con pactos para sacar adelante proyectos comunes, principalmente en el Poder Legislativo, y la intravenosa, es decir, los priistas que se sumergen en el flujo sanguíneo de Morena y así perpetuarse en el esquema de poder. Morena fue moldeado para ser el nuevo Partido de Estado y los priistas van inherentes.

Como instituto político, el PRI no tiene fecha de muerte a corto plazo, aunque seguirá debilitándose y siendo marginado en las urnas de votación, al menos a medio plazo, pero eso ya no importa, porque el ADN -entiéndase la forma de gobernar con las clásicas mañas, chanchullos y maromas- ya se transfirieron y sobrevivirán por mucho, mucho tiempo, aunque con un color diferente: el marrón.

En lo estructural, al PRI hoy lo maneja Carlos Salinas de Gortari por medio de su sobrina Claudia Ruiz Massieu, y está en vías de renovar el Comité Ejecutivo Nacional, pero los contendientes son más de lo mismo. Se pretende dar un toque leve de intelectualidad y quizás de cambio simulado, al impulsar a José Narro Robles, exrector de la UNAM, aunque este señor viene manchado de origen pues fue secretario de despacho con el entonces presidente Enrique Peña Nieto.

El otro contendiente más fuerte, el senador y exsecretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, está por las mismas, fue subordinado de Peña Nieto y es uno de los peones del salinismo. La misma corriente salinista lleva un tercer competidor, Alejandro Moreno Cárdenas, exgobernador de Campeche, pero quien tiene apoyadores fuertes entre los “primorosos” porque es la apuesta para consolidar la alianza PRIMOR en los seis años siguientes.

Por cierto, en una especie de catarsis tardía, el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz -otro salinista de hueso colorado y también aspirante a la dirigencia nacional- propuso expulsar al expresidente Peña Nieto del partido porque lo consideran responsable de la debacle electoral debido al desprestigio por los actos de corrupción. El asunto es un enredijo hasta para los filósofos más avezados pues si se expulsa del PRI a los corruptos se quedarían sin militantes, por una parte y por la otra, el castigo no alcanzará a muchos otros que ya están en Morena.

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