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Ruleta rusa: la vida en México en medio de la pandemia por Coronavirus

Superiberia

El reloj marcaba las 12 de la noche. Desde el bar Sino don Chinguetas llamó por teléfono a su esposa. “Ya voy a la casa –le anunció–. Nada más me tomaré un último trago”. Dijo la señora: “Todavía tienes tiempo de echarte otro, mi amor”. Sorprendido por esa amabilidad inusitada balbuceó don Chinguetas: “Muchas gracias”. Replicó su esposa: “A ti no te estoy diciendo”… Ante la mesa de operaciones, ya bisturí en mano, el cirujano cardiólogo corrigió a la joven practicante: “No me importa lo que le haya dicho su mamá, señorita Dulciflor. El camino más corto para llegar al corazón de un hombre no es su estómago”… Dos señoras conversaban acerca de sus respectivos cónyuges. Se jactó una: “Mi esposo es un marido fiel: estoy absolutamente segura de que nunca me ha engañado”. Declaró la otra: “Pues tu marido podrá ser de alta fidelidad, pero el mío es de alta frecuencia”… Poco después de acabado el Porfiriato vino a México el novelista español Eduardo Zamacois. Se vivían los primeros años de la época revolucionaria, y cinco o seis jóvenes militares invitaron al escritor a cenar en una cantina de la Ciudad de México. Hubo abundancia de licor, naturalmente, y entre los humos de la borrachera uno de los muchachos se puso en pie, sacó su pistola, y después de quitarle las balas y dejar en el revólver una sola les propuso a sus compañeros: “Vamos a mostrarle a nuestro amigo de España la valentía de los mexicanos y el desprecio que sentimos por la muerte. Juguemos en su honor una ruleta rusa”. Todos aceptaron la idea con entusiasmo, y el que la había propuesto se llevó la pistola a la sien para ser el primero en probar suerte. El novelista se la retiró y dijo a sus anfitriones: “Disfrutemos ahora de la vida. Sobrado tiempo tendremos después para morir”. Pienso que todo esto del Coronavirus ha sido en México algo en cierta forma parecido a una ruleta rusa. Los datos oficiales sobre el número de víctimas que ha cobrado la pandemia han sido cuestionados por expertos. No sabemos a ciencia cierta cuándo terminará el confinamiento y en qué fecha podremos salir a lo que se ha llamado “la nueva normalidad”. Se nos dice que todavía después de pasada la emergencia el virus seguirá rondando y podrá causar nuevos contagios y más fallecimientos. Desde luego, toda esta confusión no es algo privativo de México. A decir verdad, ningún país del mundo estaba preparado para hacer frente a una situación así, en nuestro tiempo, inédita. Pensemos entonces en las palabras de aquel escritor; vivamos con plenitud cada día y cada hora –y aún cada minuto, en el caso de quienes hemos vivido muchos años–, y sin dejar de cuidarnos esperemos que un hado favorable nos acompañe en esta suerte de ruleta rusa… Eran los tiempos de la antigua normalidad. Terminaron las vacaciones en la playa, y cuando la familia de Pepito salía ya del hotel, el chiquillo se devolvió apresuradamente a la habitación en donde había estado con sus papás. La encontró ocupada por una parejita de recién casados. A través de la puerta pudo oír lo que el enamorado novio le decía a su mujercita: “Lilibel: en ti he encontrado el amor, he encontrado la paz, he encontrado la felicidad…”. Le preguntó Pepito: “¿Y no encontraste un guarache?”… El vecino de don Martiriano lo vio en la calle ante la puerta de su casa. Le preguntó: “¿Por qué estás aquí?”. Respondió el pequeño señor: “Jodoncia, mi mujer, me abandonó”. “¡Qué barbaridad! –se condolió el vecino–. Entremos a tu casa y ahoguemos en tequila tu pesar”. Dijo don Martiriano: “No tengo”. Inquirió el vecino: “¿No tienes tequila?”. Precisó don Martiriano: “No tengo pesar”… FIN.

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