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TIEMPO DE SALSA

Superiberia

Por Andrés Timoteo  / columnista

TIEMPO DE SALSA

Los inicios de la primera década del milenio, los años 2000, fueron convulsos en Colombia. Había un reacomodo del triple conflicto armado con los carteles del narcotráfico, las guerrillas y los paramilitares. Los años 2003, 2004, 2006 y 2008 fueron especialmente violentos por una serie de atentados con explosivos que dejaron un reguero de muertos en Cali que ya desde entonces estaba considerada entre las nueve ciudades más violentas del mundo.

No había freno para los facinerosos que lo mismo enviaban coches-bomba al palacio de justicia que a centros nocturnos y a sedes de empresas privadas. El 7 de febrero del 2003 se perpetró uno de los ataques más sangrientos que dejó 36 personas muertas y 200 heridas. Fue contra el club social “El Nogal”. La ciudad, sede también del poderoso Cartel de Cali fundado en la década de los 70, estaba ingobernable.

Y los jóvenes tenían dos opciones, huir o sumarse a las bandas del crimen organizado, a los ejércitos guerrilleros o al paramilitarismo. No había esperanza para las nuevas generaciones. ¿Cuál fue la alternativa? Recurrir a lo mejor que sabían hacer los caleños: bailar salsa. En el año 2005 se realiza la primera edición del Festival Mundial de Salsa impulsado por las autoridades locales, pero sobre todo la iniciativa privada, fue la secuela final de una serie de eventos que iniciaron desde los años cincuenta, primero con el Festival de la Caña de Azúcar y luego con la Feria de Cali.

La decisión no tenía precedentes porque se buscó combatir el crimen con música y jolgorio. Es “bailar para alejarse de la violencia”, señala la periodista caleña Lina Uribe porque a la gente, sobre todo adolescentes y jóvenes, se le dio la oportunidad de rumbear en lugar de transformarse en sicarios o narcomenudistas. El Festival Mundial de la Salsa pasó de ser un evento artístico a toda una institución social.

Su preparación ocupa al menos siete de los 12 meses del año, hay escuelas de salsa permanentes -como las famosas escuelas de samba en Brasil- y en los días de festival miles de personas acuden a desfilar bailando en los 7 kilómetros que tiene el ‘salsodromo’. Así se logró enamorar más de 5 mil jóvenes que se preparan a lo largo del año para participar en el evento.

Este también derivó en un asunto de cultura e identidad. Cali fue apaciguada -en lo que cabe- con ayuda de la salsa. En aquella ciudad asentada en el Valle del Cauca funcionó lo que los poetas y escritores pregonan para los tiempos de guerra: el arte contra las armas. Y lo que se tenía como frívolo llegó a ser la salvación para muchos jóvenes.

FESTIVAL POLÍTICO

La referencia viene al caso porque anoche en Boca del Río inició el llamado Festival Internacional de la Salsa que, de entrada, pareciera una iniciativa loable de no ser por el motivo de fondo. Su planeación, desde el sexenio duartista, no fue para apaciguar la entidad, para detonar el turismo -y por ende la economía- ni siquiera para acercarle diversión sana a la gente, sino con fines de promoción político-electoral para una persona, el entonces alcalde boqueño, Salvador Manzur Díaz.

Como se recordará, Manzur era el elegido para suceder a Javier Duarte en la gubernatura y por eso se inventó el famoso festival para que sirviera de plataforma propagandística. Pero el proyecto electoral se frustró luego de que Manzur fue exhibido en grabaciones disponiendo del presupuesto público en los comicios del 2013, cuando se desempeñaba como secretario de Finanzas -tras pedir licencia a la alcaldía- y tuvo que ser destituido del gabinete estatal.

El candidato duartista se cayó y arrastró consigo al Festival de la Salsa. Hoy, siete años más tarde, el gobierno estatal, ya de Morena, lo revive por dos razones: una porque el mandatario en turno es aficionado a ese baile y por presuntos acuerdos con el duartismo para regresar el evento en la tierra controlada políticamente por los Yunes azules -entiéndase por el exgobernador Miguel Ángel Yunes y su hijo, del mismo nombre que fue dos veces alcalde de Boca del Río-.

Es, obvio, un festival oneroso porque se le inyectarán 60 millones de pesos del erario y se ocupará logística, estructura y propaganda oficial. Dicen que habrá 80 mil personas por noche en el bulevar Vicente Fox, ¿cómo las atraerán? Claro, parte del evento tiene acceso gratuito, pero no hay que olvidar que en las ediciones del sexenio duartista se acarreaban a miles de personas de las colonias populares tanto de Boca del Río como de Veracruz. ¿Volverá nuevamente el traslado masivo de gente para llenar la plaza?

Otro entuerto es el contexto de crisis de seguridad y violencia que hay en el Estado. Y sí, como ya se dijo, el festival no es para apaciguar a Veracruz ni para ofrecerle alternativas a los jóvenes, entonces es un evento cargado de frivolidad. Ocuparse de la fiesta en lugar de atender la tragedia desacredita el evento y a sus promotores. Allí no se bailará contra la violencia, como en Colombia, sino en medio de la violencia.

Tan quemante es el entuerto que el impulsor principal del evento, el gobernante estatal, anunció que no acudirá al mismo, ni siquiera a su inauguración-bueno, al menos hasta anoche que se redactó este texto se daba por hecho tal anuncio-. El razonamiento es simple: las autoridades no pueden darse a la juerga y el baile cuando hay masacres, secuestros, feminicidios y otros delitos que asolan la población. De ahí el brete, ese festival salsero se convirtió en una chinampina en las manos de sus impulsores.

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