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Viviendo en estos Estados Unidos

Superiberia

por: Luis Cambuston / columnista

Mezquinos

En 1934, Enrique Santos Discépolo compuso el tango “Cambalache” en el que nos informa que “los inmorales nos han igualao… Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición…”.

Los “inmorales” les dice y tiene razón. Son inmorales. Pero hay algo más, busco la palabra y no encuentro una que les defina exactamente, tal vez mezquindad, en el sentido de faltos de ambición, pequeños, miserables. En inglés me gusta la palabra ‘petty’ que Google traduce como pequeño, mezquino.

Veo una foto de mi compadre entrevistando a José Mujica, ex-presidente del Uruguay. Recuerdo que alguna vez me platicó haberlo entrevistado en su casa, mientras su esposa, la hoy Senadora Lucía Topolansky, planchaba camisas en la habitación contigua.

Angélica Rivera, primera dama mexicana, va de compras a “Rodeo Drive”, la calle más cara del mundo mientras Lucía Topolansky plancha camisas. Al final, una inspira respeto, la otra burla y encono. Ninguna tienda en Rodeo Drive vende dignidad, orgullo, ni en paquete ni al menudeo, asco sí, asco sí venden en esas tiendas, el asco que provoca un ser humano tan lamentable que lo único que puede adquirir son “cosas”.

Y es que la mezquindad ocupa todo el espacio de la política en México.

El exgobernador de Veracruz quien pudo o no haber ordenado que sustituyeran medicinas con agua para el tratamiento de cáncer en niños, pero cuya actuación dió cabida a que la mayoría así lo crea. Pudo ganarse el respeto de los Jarochos. Mezquino. Les hereda a sus hijos un nombre manchado.

El exgobernador de Sonora, tenía una cuadra de caballos árabes con aire acondicionado en el sol del desierto y dinamitó una presa. Pudo ser algo más, se decidió por la mezquindad.

El exgobernador de Puebla. Que dejó una deuda para 50 años para hacer puentes con sus iniciales. Mezquino. Megalómano y mezquino.

La lista es larga, no se acaba, la política mexicana es el desfile de las mezquindades.

El filósofo argentino Eduardo Sanguinetti, propuso nominar al presidente José Mujica para el Premio Nobel de la Paz, argumentando “…nadie más digno de merecerlo que él. Haré lo que esté a mi alcance para impulsarlo, pues no puede quedar en nada su ejemplo de vida en austeridad, dignidad y honestidad, lo que suma su accionar a favor de la paz de los pueblos hoy en conflicto…”

Pepe, como se le conoce en su patria, Pepe Mujica, dejó la presidencia de su país con un 70% de aprobación.

En Enero del 2014, el presidente de México, Enrique Peña el mezquino, entregó la más alta condecoración mexicana, La Orden del Águila Azteca al expresidente uruguayo. ¿Qué habrá pasado por su mente? La mezquindad produce ceguera, no ve, no entiende. Ser presidente es el más grande honor en nuestra patria, un honor que vale más que mil casas, blancas o de cualquier color.

Pepe Mujica se fue por el premio grande, no se anduvo con mezquindades, se ganó, a pulso, un lugar en la historia no sólo de su patria, sino de nuestra América toda.

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