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Autodefensa

Superiberia

Algunos pueblos de la Costa Chica de Guerrero (la zona que va de Acapulco hacia Oaxaca) han conformado lo que ellos llaman autodefensa. Un grupo de personas armadas y encapuchadas toma el control de los pueblos y decide sobre las acciones de los demás. El control del pueblo es un equivalente a lo que llamamos los demás “seguridad pública”, y las decisiones sobre los otros es algo como la procuración e impartición de justicia. 

Con grandes temas nacionales como la salida de Cassez y la explosión en las instalaciones administrativas de Pemex, el asunto de la autodefensa no ha recibido mucha atención en los medios, pero me parece que puede ser más importante que lo que hasta el momento lo ha eclipsado. 

La idea de que la sociedad puede organizarse mejor sin la existencia de un gobierno formal es muy persistente. No tiene base alguna, salvo la fe, pero, como sabemos, con eso basta y sobra para mover multitudes. En México, esta idea parece ser más frecuente que en otras partes, aunque no lo sé con certeza. Lo que sí es evidente es que llevamos ya casi dos décadas viendo aparecer “municipios autónomos”, “usos y costumbres” o “grupos de autodefensa”. Con gran frecuencia, estas apariciones ocurren en la parte izquierda del espectro político, lo que les garantiza bastante apoyo mediático e intelectual. Como sabemos, la autoridad moral está allá. 

Lo que muchos no ven, hasta que es demasiado tarde, es que cuando un grupo toma control del pueblo y decide qué está bien y qué está mal nos encontramos en una situación peor. En todos los casos a que me refería la aparición de estos grupos ha significado el ejercicio de la violencia en contra de los enemigos políticos. Para legitimar esa violencia, los otros son calificados negativamente, ya sea acusados de tener una religión contraria a la tradición o de ser priistas o, en épocas más recientes, de lazos con el crimen organizado. Sin evidencias ni juicios de por medio, los buenos presionan a los malos. Con algo de suerte, nada más les quitan sus pertenencias y los expulsan. Si las cosas no van bien, hay muertos. Y cuando eso pasa, acusan al gobierno (estatal o federal) de genocidio y se van a instancias internacionales. De algo sirve estar en el bando correcto. 

Entre las distintas explicaciones del origen del Estado las más lógicas parten del control de la violencia por parte de un grupo que, a cambio, recibe tributo del resto de la sociedad. Puede usted llamarlo “monopolio de la violencia legítima” o “bandido estacionario”, no importa. El Estado sostenido en el poder coercitivo parece ser una explicación razonable (no completa, pero no importa por el momento). La historia del último medio milenio puede narrarse alrededor de este poder coercitivo y cómo lo hemos ido limitando haciendo al Estado subordinado a la ley y responsable (accountable) frente a la ciudadanía. Eso dice Fukuyama, por ejemplo, y creo que dice bien. Precisamente, un resultado colateral de este proceso es la pacificación de la convivencia humana, que nos coloca hoy en el mundo menos violento en la historia de la humanidad, según dice Pinker. 

Bueno, pues visto desde esta perspectiva eso de la autodefensa no es sino un retroceso. En lugar de tener un poder coercitivo limitado por la ley y responsable frente a la sociedad, lo que tenemos es un grupo que decide hacerse justicia por propia mano, y de paso define lo que es justicia. Nadie debe sorprenderse de que lo primero que hace ese grupo es ejercer violencia en contra de sus adversarios políticos. Al fin, los pueden acusar de no ser católicos o de ser priistas o cualquier otro grave defecto. 

Permítame insistir. Nuestros defensores de los derechos siempre se aflojan cuando hay que defender a los otros. Si se trata del “buen salvaje” versión izquierda indígena, todo bien; cuando el otro resulta ser en verdad otro, los derechos se difuminan. Es imperdonable, en la cosmovisión justiciera, pertenecer al PRI, o no ser católico, pobre, obrero, indígena. 

Aunque nos cueste trabajo, la única forma de construir una sociedad exitosa, es decir: democrática, competitiva y justa, es estableciendo una ley aplicable a todos a través de un mismo mecanismo, controlado por un gobierno que es responsable frente a la ciudadanía. Todo lo demás es un retroceso. Por más revolucionario, justiciero o popular que parezca. Lo que se necesita en Guerrero, y en todo el país, es un Estado fuerte que haga su trabajo. A ver para cuándo.

 

www.macario.mx

@macariomx

Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

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