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Caída del cielo

Superiberia

 

Ya vi Skyfall, la nueva película de la serie James Bond, y la primera dirigida no por un artesano sino por un -y perdóneseme la mamonería- auteur (a la sazón Sam Mendes, aquel de American Beauty y Revolutionary Road). Y, a pesar de la incordiante presencia de Daniel Craig -un extraordinario actor y un tipo muy atractivo pero también el peor 007 de la historia; y es que James Bond no puede ser rubio, ni proletario, ni chillón, ni solemne, ni tener cuitas existenciales-, me pareció muy notable: por abrevar del legado histórico del personaje y con ello guiñar un ojo a los nostálgicos como yo, por subvertir las convenciones de la serie con visión de futuro, por ofrecer una mezcla bien dosificada de acción excitantísima, glamour visual, coherencia psicológica y narrativa y -por primera vez desde que Craig arribara por estos pagos- buen humor. Tanto me gustó Skyfall, de hecho, que a punto estuve de dedicar este espacio a hacer su crítica. Desisto, de ello, sin embargo en virtud de dos razones: que todo mundo (y en todo el mundo) lo ha hecho ya (y más o menos en estos mismos términos) y que, a decir verdad, desde que la viera el pasado domingo, Skyfall ha ocupado menos mis ojos que mis oídos.

Vi la cinta en Houston, a donde me llevara el trabajo pero también el placer. Aproveché también, pues, para buscar -como en todo viaje; lo dicho: soy un nostálgico- una tienda de discos (Cactus Records, que mucho recomiendo), y cuál sería mi sorpresa al toparme sobre el mostrador, como en los viejos tiempos, un pequeño display con el sencillo de la canción homónima de Adele. La compré, desde luego. Y desde entonces no oigo otra cosa.

“Skyfall” es un buen tema de James Bond, aunque no el mejor (para encontrarlo, los puristas apuntarán siempre a uno de los dos clásicos de Miss Shirley Bassey, la cantante más vinculada a la serie: “Goldfinger” y “Diamonds Are Forever”; y yo mismo, a la hora de designar mi favorito, oscilo entre la “Thunderball” de Tom Jones, la “Tomorrow Never Dies” de Sheryl Crowe y el gran track olvidado de Miss Bassey: “Moonraker”). Y Adele es una cantante que suele dejarme frío en todo sentido (incluido ése; y es que el maledicente pero preciso Karl Lagerfeld tiene razón: es una gorda). Si me causa adicción, entonces, ha de ser por su aplicación perfecta de una fórmula, predecible, sí, pero que parece prestarse a variantes más o menos infinitas, del sonido Beatle de la “Live and Let Die” de Paul McCartney al electropop psicoanalítico de la “Die Another Day” de Madonna.

Es una fórmula sencilla: cuerdas pletóricas de ansiedad a lo Bernard Herrmann, metales paroxísticos de resonancia cabaretera, una guitarra rocanrolera que mucho debe a los Ventures, una letra hermética, neurótica y evocadora (pero sexy), un vocalista empeñado en cantar como los grandes del soul británico, ciertos acordes de identificación automática. Los créditos del sencillo de “Skyfall” citan a Adele Adkins y Paul Epworth como los autores pero, a decir verdad, todo el crédito será para John Barry, orquestador del tema de James Bond de Monty Norman, autor de once de las partituras originales de 007, músico que supo fusionar el lenguaje de la música para cine con el rock, el jazz y el soul, creador de un panorama sonoro que sus sucesores no hacen sino emular.

Vaya, pues mi reconocimiento a ese Barry muerto hace cosa de dos años. Sé bien que esa “Skyfall” me la manda él desde donde esté; acaso por ello suene como caída del cielo.

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