in

Chávez, el hombre solo y desconfiado

Superiberia

Los seguidores del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez suelen identificar a su líder y su movimiento político con la identidad de su país. Es tan falso como cualquier pretensión política por el estilo: ningún partido identifica a una sociedad por definición plural y compleja. Lo que hizo Chávez es lo que hacen todos los políticos que quieren perpetuarse en el poder: dividir la sociedad en buenos y malos, encasillar a los suyos, hagan lo que hagan, en el primer grupo, tener con ello una razón para excluir a sus opositores presentándolos como traidores a la patria y finalmente quedarse en el poder como única forma de defender al “pueblo bueno” de esos traidores y sus acechanzas.

¿Qué mejor demostración de esa forma de razonar que la declaración del sucesor de Hugo Chávez, el vicepresidente Nicolás Maduro, de que investigarán “con un grupo de científicos” si la enfermedad de Chávez fue producida por “el imperialismo y sus opositores”? No deja de ser paradójico que en esa lógica de identificación como patrono del pueblo y de la nación, Chávez haya sido tan desconfiado de los suyos. De los grupos y personajes políticos y militares que le permitieron acceder al poder hace ya casi 15 años, no queda nadie junto a él: todos se han ido alejando con mayor o menor virulencia ante un hombre que sólo se escuchaba a sí mismo, que creía tener una misión providencial en la vida y que confundía en una extraña amalgama, en la que él estaba en el centro, la religión, la política, el nacionalismo, la continuidad histórica con Simón Bolívar y el disfrute puro y directo del poder. El ahora presidente Maduro, su sucesor, era chofer del Metrobús: ascendió desde lo más bajo de la pirámide política de la mano con Chávez, que lo hizo desde su propio chofer hasta líder sindical, canciller y luego vicepresidente y sucesor. Maduro no podía ni podrá hacer sombra alguna a Chávez, simplemente no tiene la preparación ni el bagaje para hacerlo.

Pero la desconfianza iba mucho más allá. No había venezolanos en la guardia personal de Chávez, que estaba formada por cubanos enviados por el gobierno de los hermanos Castro; las áreas de inteligencia también eran controladas por gente de Raúl que llegó al límite, luego de la crisis petrolera de hace ya varios años, de enviar una suerte de embajador plenipotenciario para controlar y organizar a la administración chavista. Cuando Chávez se enfermó decidió no tratarse en su país: decidió ir a Cuba, en donde estuvo desde el 11 de diciembre pasado sin que nadie lo viera, sin que se informara de qué padecimientos sufría, vamos, ni siquiera se sabía si estaba o no consciente. Era secreto de Estado, pero del Estado cubano. Los propios hombres del gobierno venezolano, salvo el propio Maduro y un par más, no tenían acceso alguno a Chávez. Y cuando regresó a Venezuela fue porque su situación era ya insostenible y volvió, ahora es evidente, para morir, sin que existiera constancia alguna de que hubiera recuperado la consciencia en alguna oportunidad.

Los regímenes que se construyen en torno a una persona se suelen derrumbar cuando ésta falta. Desde Alejandro Magno hasta nuestros días esa siempre ha sido la norma. No será diferente con la Venezuela de Chávez. No se puede gobernar el futuro despilfarrando el presente y abusando del pasado. Cuando se gobierna para quedar en la historia, el futuro no importa.

Chávez deja a su país con un líder, Nicolás Maduro, que no se sabe qué capacidad real tiene para gobernar, sostenido por un grupo de líderes que, en realidad, dependen de una cúpula militar que parece ser la única institución más o menos organizada en el país. Deja al país con una situación económica muy difícil: con una inflación que se está escapando de control y con el bolívar en constante devaluación. Venezuela es hoy el quinto país más inseguro del mundo. La riqueza petrolera se está convirtiendo en polvo, tanto al utilizarla para expropiar y comprar para el Estado todo tipo de empresas, como por las decisiones personales de Chávez de entregar el petróleo a sus aliados a precios discrecionales (en torno a los 40 dólares por barril) al mismo tiempo que fustigaba al “imperialismo yanqui”, pero se escondía el hecho de que 50% de sus exportaciones de crudo van hacia ese país (que no las necesita tanto: implican sólo 5% de todo el suministro de crudo estadunidense). La corrupción es galopante; las libertades, sobre todo la de prensa, están extremadamente limitadas. La nación dividida: el arrastre de Chávez es indudable, pero teniendo todo el aparato del Estado trabajando a su favor hubo 45% de venezolanos que no votaron por él en octubre pasado.

Ni duda cabe que Chávez fue uno de los personajes clave de los últimos 15 años en América Latina. Pero su legado puede derrumbarse tan rápidamente como sucumbió su cuerpo ante la enfermedad.

CANAL OFICIAL

Un panista “sin pelos en la lengua”

No fue rescate, pero lo celebraron como tal