in

Contrasentido

Superiberia

Las ideas -incluso las más básicas, como las mías- son un invento burgués. No proletario -¿quién piensa algo cuando no puede pensar sino en subsistir?-, no aristocrático -¿quién piensa algo cuando ha sido educado para evitar a toda costa el pensamiento?- sino justa y precisamente burgués. Así la gran filosofía; así también las reflexiones de a pie (o sobre ruedas, como se verá). Como la que me asaltara ayer mientras aguardaba en una antesala de consultorio de unos tres metros cuadrados a que mi mujer saliera -sana y salva aunque comiendo chopitas, muchas gracias- de una cirugía bucal mayor.

No estaba verdaderamente angustiado pero cierto es que siempre preocupan -es decir que ocupan antes de tiempo, con suerte en vano- la anestesia, la sedación, el bisturí, la coagulación. Intenté escribir y fracasé. Intenté leer y me sabía fracasando ya -teniendo que devolver la atención dos y tres veces al párrafo anterior, extraviado como estaba en mis cavilaciones semi mórbidas- cuando me salvó la campana… del teléfono. Era mi mejor amigo, explícita y sinceramente solidario con la salud de mi mujer -“Te llamo para ver cómo va Eunice”-, pero también, sospecho, deseoso de escapar si no de su entorno -su casa es no sólo una decena de veces más grande que el consultorio dental sino una centena más agradable- sí de su entrega del día: una columna de revista que le estaba costando particular trabajo. “Fíjate que decidí mencionar en el texto a Julie London”, me dijo, invocando a la elegante rubia que en los años 50 era voz e imagen aterciopeladas de las fantasías de melómanos y erotómanos, “y he estado escuchando su grabación de “Cry Me a River”. Es mejor que la de Nina Simone, a pesar de lo que digan los políticamente correctos”. Eso nos llevó a dedicar media hora de buena charla telefónica a las virtudes de ambas cantantes -todo con tal de evadirnos- pero también a una reflexión compartida que enlaza de manera perturbadoramente pertinente con un tema que me ocupa desde hace tiempo (y que desarrollaré, lo prometo, en el próximo párrafo): ¿por qué se considera superior la versión de London a la de Simone, cuando de hecho quien diera fama a la canción sería la primera? Porque Simone eran negra, London blanca, y, en entornos civilizados -aunque acríticos-, el argumento político de la negritud da una legitimidad que obnubila la razón en aras… de la razón.

Lo mismo sucede con la aplicación de las reglas de tránsito a bicicletas y motocicletas. Los automovilistas de hoy son los blancos de antes: mayorías que abusaron largo tiempo de su poder; ciclistas y motociclistas son los negros: minorías aplastadas que, asistidas por la razón moral y finalmente emancipadas, adquirieron no sólo legitimidad sino una suerte de inmunidad hipster. Celebro que se promueva el uso razonado -es decir escaso- del automóvil como que se celebre la enorme aportación negra a la música; ello no hace, sin embargo, que los que se desplazan sobre dos ruedas no estén atenidos al mismo rasero que los que se desplazan en cuatro. Muchas son las veces en que he estado a punto de atropellar a -cuando voy en auto- o de ser atropellado por -cuando voy a pie- gente que por el solo hecho de andar en bici o en moto cree que el sentido de las calles no aplica para ella, que, por justicia moral y pedigree estético, puede saltarse las reglas.

Eso, en música como en vialidad, resulta un contrasentido. O sea un sentido contrario.

 

CANAL OFICIAL

Para el PAN 18 distritos y 12 al PRD

Regiones sin rumbo