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De política y cosas peores

Superiberia
  • Por CATÓN / columnista

“Por fin mi marido y yo hemos empezado a disfrutar en la cama”. Las socias del Club de Costura se sorprendieron al escuchar tales palabras en labios de doña Pasita. “Si –confirmó ella-. Pusimos la tele en la recámara”… “No podemos vivir con ellas ni sin ellas”. Esa frase lamentosa, acompañada por un hondo suspiro, pronunció el solitario cliente que bebía su copa en el conocido bar Ahúnda. Le preguntó el cantinero: “¿Las mujeres?”. “No –aclaró el tipo-. Las tarjetas de crédito”… El doctor Ken Hosanna le dijo, preocupado, a la esposa de su paciente: “No me gusta nada el aspecto de su marido”. “A mí tampoco –replicó la señora-, pero es trabajador, responsable y se porta muy bien conmigo y con los niños”… Escenario: el elegante restorán de un exclusivo club de golf en la Ciudad de México. Personajes: un distinguido abogado de la Capital, el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, media docena de ricos empresarios y su afectísimo, atento y muy seguro servidor. Acabado el suculento ágape el jerarca religioso toma la palabra y anuncia que el Papa –entonces Juan Pablo II- estará en la sede de su diócesis. La visita, dice, originará gastos de consideración. Necesita, pues, el apoyo de los presentes. ¿Con cuánto se anota cada uno? En un santiamén –el vocablo cuadra bien con el relato- Su Excelencia reúne una suma millonaria ofrecida por los magnates del dinero asistentes al convivio. El obispo se vuelve entonces hacia quien esto escribe y le pregunta: “Y tú, Catón, ¿con cuánto te apuntas?”. Responde el supradicho: “Monseñor: cuente usted con mis oraciones”. Al punto replica don Onésimo: “No, Catoncito. En estas cosas las oraciones no sirven para nada”. De lo que narré ha pasado mucho tiempo. (De todo ha pasado mucho tiempo, incluso de lo que acaba de pasar. “Pues si vemos lo presente / cómo en un punto se es ido / y acabado, / si juzgamos sabiamente / daremos lo no venido / por pasado”. Eso declaró Jorge Manrique en sus doloridas coplas llamadas “de pie quebrado”, cuyo ritmo métrico imita el que marcaban antiguamente las campanas al doblar a muerto). Me entero ahora de que el obispo Cepeda, ya emérito, aspira a ser diputado por un partido que despierta suspicacias, las cuales de por sí tienen el sueño muy ligero. Anécdota. Cierto actor mexicano de atiplada voz hizo en una obra de teatro el papel de obispo. Supuestamente volvía de un fatigoso viaje. Alguien le preguntó: “¿Cómo viene su Excelencia?”. Replicó el actor: “¡Muerta!”. Pues bien: Su Excelencia Onésimo Cepeda hace en forma por demás imprudente una gran aportación a la caótica política que caracteriza al actual tiempo mexicano. ¿Diputado un obispo en este país laico? ¡Uta! ¿A dónde iremos a parar?…  El Sol había asomado ya las pompas por Oriente cuando don Chinguetas se apareció en su casa tras de correrse una de sus acostumbradas farras. Con tono acibarado le reclamó doña Macalota, su mujer: “¿Por qué vienes a estas horas?”. Replicó don Chinguetas: “Por el desayuno”… Llovía a cántaros, si me es permitida esa inédita expresión, cuando lord Feebledick regresó a su finca rural después de la visita que cada mes hacía a su vecino sir Dumbhead Highrump, antiguo compañero suyo en Eton. Cuál no sería su sorpresa –segunda expresión inédita- al ver a su consorte, lady Loosebloomers, en los brazos y todo lo demás del vicario de Fieldwake. En aquellos momentos llovía torrencialmente, ya lo dije, de modo que milord mostro cierta inurbanidad cuando con destemplada voz le gritó al hombre: “¡Fuera de aquí!”. Intervino en ese punto la señora: “Ay, Feebledick. Ten un poco de consideración. Por lo menos préstale un paraguas”… FIN.

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