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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Superiberia

por: CATÓN   / columnista

“Deberías dejar esa vida desordenada que llevas y buscarte una esposa”. Con esas palabras amonestó Placidio, hombre casado, metódico y ordenado, a su hermano Copelio, un tipo calavera y tarambana. Respondió el vivalavirgen: “Una existencia como la tuya no es para mí. En una ocasión dejé por un tiempo el vino y las mujeres. Fueron las dos horas más espantosas que he pasado en mi vida”… Harlota, mujer perteneciente a la vida que algunos llaman “fácil” pero que es en verdad la más difícil, fue a consultar al doctor Ken Hosanna, pues se sentía débil, fatigada. Después de un breve examen le indicó el facultativo: “Quédese fuera de la cama una semana”… El dinosaurio macho buscó a su hembra con evidentes intenciones de erotismo. Ella lo rechazó: “Hoy no, querido. Estoy en mis siglos”… Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, le dio la buena noticia a una amiga: pronto se iba a casar. “¡Fantástico! –se alegró sinceramente la otra-. Y dime: ¿quién es el afortunado?”. “Tú lo conoces –respondió Nalgarina-. Es don Añilio Calendárico”. “¿Don Añilio? –se asombró la amiga-. ¡Pero si tiene edad suficiente para ser tu abuelo!”. “Sí –admitió la Grandchichier-. Pero también tiene dinero suficiente para  ser mi esposo”… La mujer de Libidiano, hombre salaz y lúbrico, le contó a su comadre: “Estoy desolada. Encontré un liguero de encaje negro en el asiento de atrás del coche de mi marido”. “¡Es mío!” –reclamó de inmediato la comadre… En Hediondilla de Abajo, pueblo alejado de la civilización –de eso presumían sus habitantes-, hubo una inundación muy grande que acabó con los sembrados y derribó un buen número de casas. Los notables de la comunidad –el alcalde, el cura, el boticario, el maestro, el médico, el notario- se reunieron para formar un comité de ayuda a los damnificados, comité que se encargaría de conseguir fondos municipales, estatales y de la federación para hacer frente a los daños causados por el desastre. Tomó la palabra el alcalde y dijo: “Propongo para que presida el comité a mi compadre Pasterio, el boticario”. “¡Ah no! –se opuso de inmediato el profesor-. ¡Ése ya robó en la inundación pasada!”… El famoso Gurú Mino iba a dar una conferencia en la ciudad. Don Sinople era devoto admirador de ese gran hombre, santo y sabio al mismo tiempo, de modo que compró boleto de primera fila para la ocasión. Llegó al salón ataviado con su mejor traje y ocupó su asiento. Mucho se sorprendió ver que a su lado estaba un astroso mendigo vestido con harapos, y más creció su asombro cuando al llegar el Gurú Mino lo primero que hizo fue ir hacia el pordiosero y decirle unas palabras al oído. Se emocionó don Sinople al ver la solicitud que el Gurú mostraba por los pobres, y pensó que él también podía tener la fortuna de que el sabio le dijera algunas palabras. Le propuso al indigente: “Te doy mil pesos si me cambias tu ropa por la mía”. El hombre aceptó sin dudar, y en el baño hicieron el cambio. Al terminar la conferencia don Sinople se colocó de modo que el Gurú Mino lo viera. Lo vio, en efecto, y de inmediato fue hacia él. Se le acercó y le habló al oído: “¿No te dije que te fueras a la chingada?”… Gerinelda, mujer soltera que pasaba ya de los 40 abriles pero que tenía aún partes muy aprovechables, fue a confesarse con don Arsilio, el cura párroco del pueblo. Le dijo: “Acúsome, padre, de que estoy entregada en cuerpo y alma al Señor”. “Eso no es pecado, hija mía –la tranquilizó el buen sacerdote-, antes bien constituye gran virtud y devoción muy grande el hecho de que estés entregada en cuerpo y alma al Señor”. “¿Al de la tienda?” –inquirió tímidamente Gerinelda… FIN.

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