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De política y cosas peores

Superiberia

Kilt. Así se llama la falda que los escoceses usan. Abajo no llevan nada, según dato que personalmente no me consta. Sucedió que Angus McCock fue a pasear al bosque en compañía de la bella Nessie. Le dijo ella: “Sientes ganas de tomar mi mano, ¿verdad?”. Respondió él: “Sí. ¿Cómo lo sabes?” Explicó Nessie: “Por el resplandor de tu mirada”. …Le tomó la mano. Poco después, la chica le dijo a su galán: “Sientes ganas de darme un beso, ¿verdad?” “Volvió a admitir él: “Sí. ¿Cómo lo sabes?” Repitió la muchacha: “Por el resplandor de tu mirada”. …La besó apasionadamente. Ya adentrados en el bosque, le dijo Nessie a Angus: “Sientes el deseo de hacerme el amor, ¿verdad?” “Sí -reconoció él-. ¿Lo sabes por el resplandor de mi mirada?”. “No -replicó Nessie-. Lo sé por el levantamiento de tu kilt”. Babalucas fue a una tlapalería. Linda palabra es esa. Proviene del náhuatl “tlapalli”, color para pintar. Babalucas le pidió al encargado: “¿Tienes veneno para ratones?” El hombre le entregó unos polvos blancos y le dijo: “Póngaselos en el agujero”. Objetó el badulaque: “Si me los pongo ahí, ¿qué efecto puede tener eso en los ratones?” Aquel señor estaba viviendo sus últimos momentos. Le dijo el sacerdote que lo acompañaba: “Don Cucufate: fue usted un buen hombre a lo largo de su vida; buen hijo, buen esposo y padre. Cumplió siempre sus deberes religiosos. Le he administrado ya los auxilios de la Iglesia. Por favor, tenga un poco de fe en la misericordia del Señor. No necesita llevarse con usted ese extinguidor de fuego”. Solia y Lelia, hermanas entre sí, otoñales célibes las dos, llegaron a su casa por la noche después de haber asistido a la sesión  mensual del club de jardinería. Sucedió que en su ausencia, un ladrón había entrado en la casa y cuando las oyó llegar, se metió apresuradamente abajo de una de las antiguas camas de latón en que las señoritas dormían. Solia lo vio y llena de sobresalto le dijo en voz baja a su hermana: “Hay un hombre abajo de tu cama”. “¿Y qué esperas, tonta? -exclamó la señorita Lelia-. “Súbelo!” Una guapísima mujer de bello rostro y ondulantes formas, caminaba por el centro comercial. A su paso, los hombres volvían la mirada para verla; no obstante, todas las advertencias que habían leído en el sentido de que, incluso, una mirada puede ser motivo de una demanda por acoso sexual. Si eso hubiera existido en los tiempos de Federico Gamboa, de seguro el autor de “Santa” habría ido a la cárcel, pues de él dijo el poeta José Juan Tablada que don Federico dirigía a las mujeres “miradas trepadoras”. En la actualidad ya no se acepta lo que el inolvidable Piporro decía en una de sus canciones: “La vista es muy natural”. El caso es que Pepito fue corriendo a alcanzar a la preciosa mujer y le dijo: “¿Podría usted  darme, por favor, el número de su teléfono?” Sonrió ella al oír la petición del niño y le preguntó, divertida: “Y ¿para qué quieres tú el número de mi teléfono?” Respondió Pepito: “Para venderlo”. El príncipe era bastante feo. Tan feo que la Cenicienta, en vez de escapar del baile a las 12 de la noche, escapó a las 6 y media de la tarde. Conocemos bien a don Chinguetas: es un marido tarambana. Su esposa, doña Macalota que andaba de viaje, regresó a su casa con anticipación y sorprendió a su casquivano esposo en el lecho conyugal acompañado por una estupenda morenaza. Indignada, la señora prorrumpió en dicterios contra el desleal consorte. Lo menos que le dijo fue: “¡Cabrón!” En tono de reproche contestó Chinguetas: “Ay, Macalota. Vas a acabar por arruinar nuestro matrimonio con tus absurdos celos”. FIN.

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