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DÍA 21: LOS MUERTOS TÓXICOS

Superiberia

Por Andrés Timoteo/ columnista

DÍA 21: LOS 

MUERTOS TÓXICOS

 Un asunto al que tarde o temprano todos los países deben afrontar es el manejo de los desechos orgánicos e inorgánicos durante la pandemia del Covid-19 y, entre ellos -aun con la dureza de las palabras- están las personas fallecidas. El cadáver de alguien que murió por la gripe del Coronavirus es un foco de infección que debe ser alejado. A lo largo de la historia se ha aprendido que en tiempos de peste los funerales son sitios de contagio casi seguro.

Por eso en Europa se cambió de tajo el ritual para tratar a los difuntos. Todo está cancelado: necropsias, embalsamientos, vestimenta especial, velatorios, misas y entierros con un cortejo fúnebre en el que participa toda la familia y las amistades. Nada. En el mejor de los casos al difunto lo entierran los más próximos y en el peor se va solo a una fosa, acompañado únicamente por los trabajadores funerarios que son otros de los combatientes en la línea de fuego contra la pandemia.

Al doliente le queda rezar en su encierro domiciliario por el ser querido. La mayoría de los decesos por Coronavirus se producen en la soledad de un hospital, sin familiares al lado. En algunos nosocomios, los trabajadores acercan teléfonos móviles o tabletas a los pacientes para que puedan despedirse por la vía virtual, pero en realidad son pocos los casos pues las enfermeras y médicos está tan ocupado en atender a los cientos de enfermos que no se permiten distracciones.

En las últimas horas se han difundido escenas dramáticas de cadáveres envueltos en plástico y sacados a las calles de Guayaquil porque no hay espacios ni en hospitales ni en morgues. Guardando las distancias, dicha ciudad ecuatoriana más que a la china Wuhan se puede equiparar con la región de Bérgamo en la Lombardía italiana donde la crisis por los funerales alcanzó escenas dignas de la Segunda Guerra Mundial pues son tantos los muertos y tan difícil su manejo que el Ejército se ocupa de ellos. 

Los féretros son traslados en caravanas militares para buscar sitios donde sepultarlos porque los camposantos están llenos ya. Así, un fallecido de cierta localidad puede ser sepultado a kilómetros de distancia, lo quieran o no sus deudos. Desde la primera semana de marzo España e Italia prohibieron los funerales tradicionales. En Francia se limitó la asistencia a veinte personas, pero todo entierro es en cenizas.

Es decir, no se puede sepultar a un cadáver como tal porque, como se dijo líneas arriba, es un reservorio de la infección y se debe incinerar. El fuego mata al virus y es lo que se hace, cremar los cadáveres para cortar esa vía de contagio. Los hornos funerarios están al tope en todas las ciudades europeas, encendidos día y noche. Las grandes metrópolis quedaron rebasadas y por eso decenas de cuerpos, embalados en capsulas aislantes son llevados a urbes más pequeñas para ser quemados.

Hay leyendas urbanas que se han dispersado como que algunos cuerpos son congelados para que una vez que pase la pandemia éstos puedan ser velados y sepultados con las debidas pompas fúnebres, aunque eso no es cierto pues la disposición legal es incinerar esos “desechos tóxicos”. Así de fuerte porque así de grave es la situación.

Es verdad, la mayoría de los infectados por el Covid-19 fallecen en los hospitales, pero poco a poco se va sabiendo otra variante pavorosa: la muerte solitaria de ancianos en casas de retiro.  En Francia ayer se informó que suman 884 adultos mayores fallecidos en esas residencias, en España la presidencia de la Comunidad de Madrid informó que han perecido 3 mil tan solo en el área de la capital española. Todos en asilos.

Italia es un caso especial que deberá ser investigado, incluso judicialmente, una vez que pase la emergencia sanitaria pues hasta antes de la pandemia tenía el registro de 300 mil ancianos en 7 mil residencias y ahora se desconoce la cifra de fallecidos. Algunos hablan de 4 mil y otros de 6 mil. Lo peor es que muchos habrían muerto en condiciones de suma precariedad, sin la asistencia médica y abandonados a su suerte en los pabellones. Esas son historias de horror pendientes de ser contadas.

LOS INORGÁNICOS

Por otro lado, están los desechos tóxicos inorgánicos a los que también se les debe dar un tratamiento espacial para que no se conviertan en focos de contagio. Son los millones de cubrebocas, guantes, trajes aislantes, lentes de protección y pañuelos desechables para limpiar nariz, ojos y boca que usan el personal sanitario y la población en general. En Europa ya está prohibido el reciclaje de todo ese material.

A parte de los hospitales que deben incinerarlos, la población tiene reglas a seguir para desecharlos: se debe usar guantes al acopiarlos del bote de basura en el domicilio, meterlos en una primera bolsa que se tiene que cerrar totalmente, luego colocarlos en una segunda bolsa y más tarde en otra para ser llevados a un contenedor indicado que no debe ser el que contenga material reciclable como vidrio, papel o plástico.

La triple bolsa es una medida de protección también para los trabajadores del servicio de limpia pública quienes llevan al confinamiento final esos desechos. Estos empleados también laboran con mascarillas, guantes y trajes de protección. Por supuesto que arrojar este tipo de basura en la vía pública tiene altas penalidades, incluso de cárcel. Entonces, podría decirse que la cadena en el manejo de desechos tóxicos en la pandemia ha sido eficiente hasta el momento en el continente europeo.

Lo que preocupa es América Latina -México incluido- donde es casi inexistente la cultura de separación de residuos, el uso de contenedores especiales, la portación de guantes para manipularlos en el hogar y no se diga de los empleados de limpia pública que carecen del equipo para su protección personal. Ahí es un reto sanitario que atender.

 El otro reto son los funerales pues en Latinoamérica no se deja ir al difunto sin rezos ni misas ni despedidas multitudinarias, aunque se aprende en medio de la calamidad. Miren a Ecuador donde la misma gente bota a la calle a sus fallecidos y los quema. No hay duda: el miedo le gana al ritual. Entonces, los mexicanos y veracruzanos deben prepararse física y psicológicamente para tratar a sus muertos y su basura tóxicos. Durísima lección.

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