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EL MINUTERO

Superiberia

  • En Francia está prohibido desde hace décadas, salvo pequeños festejos rurales en los que se penaliza con cárcel el maltrato a los animales. En España, el País por excelencia de la tauromaquia hay también un debate al respecto.

Andrés Timoteo
Columnista

DE TOROS Y BUEYES
Xico es un municipio catalogado como “Pueblo Mágico” por la Secretaría de Turismo federal desde el 2011 y el titulo lo obtuvo precisamente por ser un lugar muy bello tanto en su arquitectura como su cultura y entorno vegetal. Sin embargo, tiene una mácula de la que no ha podido sacudirse, al igual que la ciudad de Tlacotalpan clasificada como patrimonio de la humanidad: el maltrato de toros.
El fin de semana se realizó en Xico el encierro de astados en honor -vaya paradoja- de María Magdalena, la patrona del poblado. No obstante, este año la faena taurina tuvo una variante, ya no fue ‘vaquillada’ o sea encierro de vaquillas que eran perseguidas por las calles sino una “capea”, es decir usaron toros de lidia y estos fueron ‘toreados’ con capas por los participantes.
Así se igualó el rasero entre las bestias -los toros y los hombres- para que el animal de cuatro patas no fuera tan maltratado -en teoría- por el de dos. Además, según se dijo, se impuso un registro obligatorio a todos los que entrarán a la “capea” y una prueba de alcoholemia para impedir la participación de personas en estado de embriaguez etílica. Aun con eso, dos borrachos se lograron ‘colar’ y resultaron heridos.
Hay que reconocer este cambio, derivado obligatoriamente de la voluntad política del Gobierno Estatal para hacer efectiva la Ley de Protección Animal vigente desde el 2010, pero que era inaplicada por negligencia intencionada. La variación de “vaquillada” a “capea” en Xico es un paso adelante, pero todavía una medida insuficiente porque lo ideal sería erradicar el uso de toros en un evento noble como es el festejo a la Magdalena.
La ‘Xiqueñada’, como se le conoce, debe ser eliminada como también la “Tlacotalpada’, el encierro taurino en Tlacotalpan que es más salvaje aún, pues ahí ni siquiera es ‘capea’ ni se usan toros de lidia sino semovientes de corral que terminan martirizados por la turbamulta alcoholizada y drogada y ante la indiferencia de autoridades municipales que incluso azuzan el espectáculo sangriento.
No es un secreto que en la llamada ‘Perla del Papaloapan’ corren a mares el licor y los estupefacientes durante los festejos. Entre los principales consumidores están aquellos que se meten a patear y mutilar a los toros, las bestias de dos patas, pues. Además, pese a los intentos de suspender ese martirio de los animales, los alcaldes, uno tras otro, amagan con el motín y desobedecen la Ley vigente.
Eso se debe de acabar, la sociedad tiene que evolucionar a lo mejor y eso incluye el respeto a la vida de todos los seres vivos. En el mundo hay un debate ya para eliminar los encierros y corridas taurinas. En Francia está prohibido desde hace décadas, salvo pequeños festejos rurales en los que se penaliza con cárcel el maltrato a los animales. En España, el país por excelencia de la tauromaquia hay también un debate al respecto.
Recientemente en los Sanfermines -la tradicional ‘Pamplonada’ que se realiza en Pamplona- de donde viene la tradición de los encierros taurinos de Tlacotalpan y Xico, y otros puntos de México y América Latina- se inició la polémica ante la petición del ayuntamiento del lugar para analizar que se suspenda el uso de toros en las fiestas navarras.
Algo impensable, dirían muchos, pero el mismo edil, Joseba Arison dijo: “Unos Sanfermines sin toros nadie los imagina, pero este debate -de eliminar las corridas- tiene que existir porque se trata de una actividad que genera controversias”. Es decir, la misma autoridad reconoce que actualmente es impensable maltratar o matar animales para la diversión colectiva.
Y es cierto, no encaja en una sociedad que se diga a favor de la paz y la sana convivencia con la naturaleza. Así en Veracruz, se debe evolucionar para eliminar esas prácticas sangrientas contra los toros en Tlacotalpan y en Xico.  Sobre todo, en México y en Veracruz tan copados por la violencia criminal, el cebarse sobre seres más débiles es una contradicción moral. En términos llanos se diría que es necesario ponerles un hasta aquí a los “bueyes” que disfrutan maltratando a los toros.

LA ACADEMIA DEL TERROR
Otra noticia importante que pasó casi desapercibida, eclipsada por la información de corte electoral, son los resultados de la segunda búsqueda que colectivos de familiares de personas desaparecidas realizaron en la Academia Estatal de Policía, localizada en El Lencero, comunidad del municipio de Emiliano Zapata, y que arrojó indicios sobre las versiones de que en el lugar hay entierros clandestinos de gente que fue secuestrada por los mismos agentes policíacos.
En esa inspección se encontraron ocho prendas de vestir enterradas cerca de un arroyo, entre raíces de árboles. Fueron tres pantalones de mezclilla -dos de varón y uno femenino- un pantaloncillo corto – ‘short’- unos pants, dos blusas y una bufanda, que estarían siendo procesadas científicamente por las autoridades para buscar rastros de fluidos que permitan obtener ADN para identificar a quienes las vistieron.
De ahí la importancia y urgencia, tantas veces ponderada, por los colectivos para contar con médicos expertos y laboratorios especializados, así como el presupuesto suficiente para efectuar la inspección forense de los vestigios que se vayan localizado, tanto restos humanos como de otros materiales, y dar con perfiles genéticos que identifiquen a las víctimas.
¿A quiénes pertenecieron esas prendas?, ¿por qué estaban sepultadas dentro de la academia policiaca?, ¿sus dueños estarán también inhumados clandestinamente en ese sitio -recuerden que el lugar tiene 5 hectáreas-? Este hallazgo es el segundo que acredita que en el lugar hubo retención, tortura y asesinato de personas y la posterior desaparición de cuerpos durante los dos sexenios anteriores.
El otro es el caso de los desaparecidos que fueron arrojados en la Barranca de la Aurora que se localiza cerca de ese inmueble. Hay certeza de al menos 19 víctimas que constan en los expedientes judiciales que también sirvieron para ejercer acción penal contra exfuncionarios y expolicías de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado.
Entre los indiciados por el delito de desaparición forzada están -hay que recordarlo- el extitular de la SSPE, Arturo Bermúdez Zurita, quien ya se encuentra preso en el penal de Pacho Viejo.
De acuerdo con los integrantes de los colectivos que participaron en las inspecciones a la Academia Estatal de Policía, durante las mismas se efectuaron barridos con radares para tratar de ubicar fosas clandestinas y los resultados de esos rastreos están pendientes de ser presentados por la Fiscalía General de estado. El asunto parece una novela policiaca -y de terror- por las circunstancias que lo rodean.
Se dice, por ejemplo, que debajo del helipuerto construido en ese lugar habría decenas de cadáveres y otros apuntan a que, en las áreas de esparcimiento, entre ellas las albercas, también hay inhumaciones clandestinas de personas. Según el testimonio de uno de los activistas “son mega estructuras de concreto que nos es muy difícil poder levantar”.
“Hay una alberca nueva, pero se hizo muy bien hecha, porque tiene una infraestructura demasiado profunda” declaró a la prensa xalapeña Carlos Saldaña Grajales, integrante del colectivo “Familias Enlace Xalapa”. Por si fuera poco, faltaría indagar la versión de que el exsecretario de Seguridad Pública, Bermúdez Zurita, alimentaba felinos y cocodrilos que tenía en ese lugar con cuerpos humanos. ¿No es una trama terrorífica?
Lo sucedido en esa academia policiaca es digno de un libro bien documentado, una vez finalizada la pesquisa, ya que la información que fluye en la prensa es escasa por la misma dinámica de la oportunidad, inmediatez y síntesis de las publicaciones periodísticas. Un libro con la relatoría de esa “Academia del Terror” tiene bien se ganado el nombre – sería una fuente que consultar por las generaciones venideras.
Por supuesto, también ayudará a construir una memoria colectiva sobre esos años de plomo. Escribir para no olvidar y leer para recordar es una terapia periodística y social invaluable e insoslayable. La constancia escrita de los horrores y la terca memoria plasmada en texto ayudarán a impedir que las atrocidades se reediten en el futuro.

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