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EL MINUTERO

Superiberia

BOTÍN FRUSTRADO

Transcurren los últimos meses del ‘Año de Hidalgo’ – “chingue a su madre el que deje algo”, reza la consigna de los bandidos con cargo público- para la alcaldesa Leticia López Landero quien anda muy enojada porque no ha podido meterle mano a un botín jugoso: el fideicomiso de los parquímetros que tiene en su haber unos 40 millones de pesos derivados de la recaudación por el alquiler de los estacionamientos en las calles del centro de la ciudad.

Por más maniobras que la edil ha hecho para tocar ese dinero los integrantes del fideicomiso se han resistido a entregárselo y sin su aval el Ayuntamiento no puede disponer del mismo. Y vaya que lo ha intentado López Landero. Al inicio de su gestión propuso al Cabildo desaparecer ese organismo creado en julio del 2016 bajo la administración de su antecesor, Tomás López Landero, pero la mayoría de los ediles rechazaron su petición.

Al acercarse el final de su cuatrienio ha buscado que se autorice el uso del recurso para gastos que no tienen nada que ver con el Centro Histórico sino con asuntos que corresponden costear con las partidas municipales. En el 2020 cuando inició la pandemia de la Covid-19 quiso utilizar dicho fondo para comprar despensas y repartirlas a supuestas familias necesitadas. La batearon. Lo mismo cuando pidió 8 millones ¡para costear la vacunación anti-Covid! -cuando eso eso lo hizo la Federación – ya en este 2021.

Luego propuso usarlo para construir banquetas en San Miguelito y otras colonias populares, pero también se lo negaron. Y la treta más reciente fue proponer que esos 40 millones de pesos se inyectaran en la reconstrucción del mercado Revolución que se quemó el año pasado y cuya obra la dejará inconclusa. Ante el rechazó de los fiduciantes, López Landero ahora pretende endilgarles la culpa de que el mercado no será terminado. Tiene demasiada caradura.

Por supuesto que todas esas obras son mero pretexto pues la intención de la alcaldesa es hincarle la uña al dinero de los parquímetros y como no se lo han permitido emprendió una campaña de denuestos contra los integrantes del fideicomiso: Omar Kuri, Rodolfo Domínguez, Jaime García Pontón, Hugo Puig Tress, Rossana Sánchez Debernardi, Adriana Amieva Balmori, Eduardo García, José Mora Farías, Fermín Mateo e Isabel Martínez.

En diversas entrevistas y en gacetillas pagadas con cargo al erario, López Landrero ha dicho que no les interesa el municipio, que faltan a las reuniones convocadas por el Ayuntamiento, que le niegan el progreso a Córdoba y recurre hasta la descalificación personal alegando que ninguno de ellos fue electo por los ciudadanos sino que el exalcalde Ríos Bernal los nombró ‘a dedazo’ y que “siempre andan de viaje”, que no se les encuentra y ha deslizado que son particulares que “tienen sus negocios en el centro (de la ciudad)” y están sacando raja de un dinero público.

Afirma que los fiduciantes no rinden cuentas sobre el manejo de los fondos. En palabras breves, que se lo estarían transando. ‘El león cree que todos son de su misma condición’, dirían los abuelos en las colonias. Obvio, esos dardos malintencionados se los tienen ganados los empresarios porque guardan silencio, han dejado que la edil los compare con ella misma -risas-. Los insulta y enmudecen. Y ‘el que calla, otorga’, enseña otro proverbio.

En las cuatro semanas que restan de su administración, López Landero seguramente mantendrá la andanada contra los silentes empresarios porque si algo le duele a los manilarga es que les frustren el botín. Por lo pronto, lo que la alcaldesa sí pudo hacer es que el Cabildo aprobara en agosto la reducción a la mitad de las tarifas de los parquímetros en una suerte de venganza porque le cerraron el cajón.

Claro, la maldad también es para su sucesor, el morenista Juan Martínez Flores, a fin de que tenga menos recursos y se limiten futuras obras de mejoramiento en el Centro Histórico. ¿Y Martínez Flores que ha dicho al respecto? Nada, sigue igual de callado que los empresarios zarandeados. Es casi como una historia de Halloween porque el alcalde electo le tiene miedo a la que se va.

ESPANTAR A LA TRISTEZA

El proceso de morir es tan natural como el nacimiento, el comenzar a vivir. Sin embargo, a diferencia de éste, el deceso tiene el componente de la tristeza por eso se ha mitificado para dulcificarlo. Es más, el tratamiento de la muerte que va de la preparación del cuerpo hasta el ritual de despedida y sepultura o al menos la colocación de sus restos en un sitio para que reposen permanentemente -hay tumbas a cielo abierto, por ejemplo – forma parte de lo que se le llama “civilización” humana.

Los antropólogos miden el razonamiento de los homínidos de la antigüedad en base a la práctica con sus muertos. Para que se entienda sencillamente: un mono no entierra ni honra a sus fallecidos, pero un humano -o humanoide- sí y es cuando comienza a tratársele como tal. Mucho se ha debatido que el Hombre de Neandertal, el antecesor del Homo Sapiens -al cual pertenecemos todos- era un salvaje aunque eso se ha desmentido por los hallazgos paleontológicos más recientes sobre que rendía culto a sus muertos.

A lo anterior se le agrega la fe, la creencia de que la esencia o espíritu pervive más allá de lo físico en un plano mucho más puro que lo carnal y eso ha pintado de mil colores, sabores y olores el ritual de despedida. México es líder en ello porque rompió la cadena de tristeza implícita a la partida del ser querido con una fiesta de ‘bienvenida’ cada año, en el Día de Muertos que en realidad son varios, uno para cada edad y hasta para cada forma de deceso.

Hoy estamos en esa fiesta por los que se fueron y que regresan para convivir con los que se quedaron. En este año el festejo tiene dos componentes particulares, diferentes a los de los otros , uno de carácter mundial y otro nacional. El segundo lleva más tiempo, poco más de una década, que es la violencia generada por el crimen organizado que ha cobrado la vida de unas 300 mil personas.

En un promedio de cien mil por sexenio en promedio aunque en este, el lopezobradorista, apenas va a la mitad y ya alcanzó la cifra total de sus dos antecesores. La muerte de cientos de miles de mexicanos por esta circunstancia aumenta el dolor y tristeza porque no es parte del ciclo biológico sino es una muerte a destiempo con aderezos macabros: la desaparición forzada, la tortura, el tipo de aniquilación y la forma para disponer de los despojos que como los entierros clandestinos, la incineración y disolución en ácido para que nunca sean encontrados.

Lo último cancela, por supuesto, el proceso de duelo en las familias y por ende el de la aceptación de la ausencia. Ya lo dijo alguien que en nuestro país hay más lágrimas que luto porque muchas veces no hay cadáver ni tumba en los que consumir nuestra tristeza y hacer que se convierta en recuerdo, lo que también se le llama aceptación. Abundan, por lo tanto, muertes no aceptadas y muchas veces tampoco conocidas.

Ese marcaje nefasto lo arrastra de un tiempo a la fecha la hermosa fiesta de Todos los Santos en México. Y el segundo aderezo sombrío es global y tiene que ver con la pandemia de Covid-19 desatada desde el año pasado o sea es el segundo año de fiesta mortuoria bajo asedio vírico. Miles y miles de personas han fallecido a causa de la gripe. Por esas dos situaciones, la violencia y la pandemia, hay más muertos a destiempo que en otras épocas.

Todos sin excepción somos sobrevivientes de ambas calamidades y somos los que nos toca honrar y ‘recibir’ a quienes ya no están en el plano físico pero que “regresan” en estas fechas. Y el huateque que se arma en México por los ‘muertitos’ es enorme, catártico, apaciguador y esperanzador tanto que ya corre en las redes sociales esa pregunta de broma : “Ya no entendí, ¿en este Día de Muertos ellos vienen o nosotros vamos?”.

La fiesta de los Fieles Difuntos o Todos los Santos es una medicina social para calmar la desolación. Un jolgorio que -ahora- por las restricciones sanitarias derivadas de la pandemia, principalmente a fin de evitar aglomeraciones en altares o cementerios, se debe disfrutar responsablemente. Honrar con rezos, música, comida, sahumerios y pachanga a los que se adelantaron es una forma muy especial, muy nuestra, muy mexicana no de espantar a la muerte – a la que ya hasta hicimos tía y comadre- sino a la tristeza. Hagámoslo.

LAS CANTORAS

En la región de El Chocó colombiano, en la costa del Pacífico, se honra a los muertos de una forma tan bonita que ya está es un patrimonio cultural de esa nación, al igual que la fiesta de muertos lo es para México. A cada difunto se le canta en su entierro, en el ‘levantamiento de cruz’ y en sus aniversarios luctuosos pero no los cánticos religiosos tradicionales sino los compuestos especialmente con sus episodios de vida y sus rasgos físicos o de carácter que tuvo siendo terrenal.

Hace algunos años, en una visita académica a la región, se tuvo el privilegio de constatar lo anterior en Bojayá y puerto de Buenaventura que pertenece al departamento del Cauca pero que vibra con la cultura afromestiza. La estancia fue para documentar la forma en que las comunidades locales procesan la llamada “muerte mala” o sea la ausencia de sus seres queridos que les fueron arrebatados por el crimen organizado.

Claro, las cantoras del Chocó -pues son mujeres las que lideran y ejecutan esa tradición vocal- le dedican entonaciones a todos los difuntos, pero en el caso que nos ocupa es por los que se fueron a destiempo a causa de la violencia. No hay que olvidar que Colombia tiene 60 años en un conflicto bélico tripartita: por la guerrilla, los paramilitares y los cárteles de la droga que ha sembrado de luto y dolor en todo el país sudamericano.

Esos cantos chocoanos es una forma de resistencia al olvido, una manera de mantener avivada la terca memoria. Se les canta a los adultos y a los niños, a los primeros los “Alabaos” y a los segundos los “Gualíes” en los que se cuenta lo que hicieron en vida y lo que significaron para su familia y su comunidad rescatando su historia personal porque “no son estadísticas, son los nuestros que nos quitaron”, sostienen las alabadoras. Es otra manera, también muy bella, de espantar la tristeza.

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