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FEMINICIDIO Y TEMERIDAD

Superiberia

 Por: Andrés Timoteo  /  columnista

Los diccionarios definen al asesinato como “acción de matar”, quitar la vida, algo entendido universalmente. Sin embargo, en países donde la justicia todavía se encuentra en la etapa de las cavernas, entre ellos México,  -no porque no se tengan los elementos para tener un sistema moderno y eficaz de su impartición, sino por la corrupción imperante- al asesinato hay que darle matices porque los agravantes dependen del tipo de víctima.

Así, hoy es muy socorrido  el término de “feminicidio” que ya está tipificado en la Legislación  y que, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, es el “asesinato de una mujer por razón de su sexo”. Es decir, a la víctima se le quita la vida  por ser mujer, al igual que se mata a alguien que tiene una religión diferente, un color distinto de piel o una preferencia sexual dispar a la de la mayoría.  En resumen: aquel que es diferente, debe ser vejado y -¿por qué no?- eliminado.

El odio a toda persona que sea distinta puede llevar al asesinato, y entonces, el feminicidio es un crimen de odio.  Y cuando en una sociedad se hacen frecuentes este tipo de delitos significa dos cosas: que hay una laxitud de la fuerza del Estado para aplicar la Ley, tanto de manera punitiva como preventiva –es decir, tanto para castigar a los delincuentes como para prevenir que el resto los imite- y dos, cuando  existe una crisis de valores entre la población.

Los feminicidios han existido a lo largo de la historia de la humanidad, pero su numerosidad  debe encender las alertas porque muestra que algo está descompuesto tanto en el aparato legal como en el seno de la sociedad. Asesinar a alguien por ser quien los lleva al primitivismo y no sólo es un problema ontológico –filosófico- sino también político porque la impunidad es el abono para que florezca el delito y los responsables de que no haya impunidad son los gobernantes.

En fin, toda la reflexión anterior, viene al caso por la indignación nacional que desató el homicidio de la joven xalapeña Mara Fernanda Casilla Miranda, estudiante en una universidad de Puebla, quien fue secuestrada, abusada sexualmente y asesinada por el conductor de un automóvil de alquiler, de esos de  la modalidad de los servicios de particular a particular, operado por la empresa transnacional Cabify que funciona a través de una aplicación en los teléfonos celulares.

El de Mara Fernanda –de 19 años y cuyo cadáver fue sepultado ayer en la capital del Estado- no es el primer feminicidio ni el más atroz que se ha conocido, pero sus características no sólo deben mover a la indignación, sino también al análisis. La directora para México de Amnistía Internacional (AI), Tania Reneaum, afirmó hace días que la culpa no es de Mara o de las demás mujeres que han sido víctimas de feminicidio,  sino del “Estado, que ha normalizado tales hechos”. Y efectivamente así es, el Sistema Judicial es ineficiente, no castiga ni previene y entonces se da paso a la ingobernabilidad, la ausencia de Ley.

 

EL COCHE DE UN EXTRAÑO

Y cuando la Ley está ausente, lo malo prolifera y, como dijo el escritor sonorense Edmundo Valadés, es cuando “la muerte tiene permiso”. La otra arista del asunto es la parte ciudadana, pues mientras la población no exija a sus gobernantes que se acabe la impunidad, que funcione la impartición de justicia y sean eficaces los programas de prevención del delito, la estela de muertes seguirá creciendo.

La mexicana, como se ha dicho en muchas ocasiones, es una sociedad gritona, pero pasiva en la acción. Se sale a la calle a marchar con pancartas y consignas, se bloquean edificios públicos y se llenan plazas. También se incendian las redes sociales –esos ciberactivistas de sofá-, pero todo es fugaz y no dura más allá que la vigencia de una noticia. Y después todos siguen votando por los mismos, llevando al poder a quienes perpetuarán impunidad y cuando se requiere un movimiento decisivo –una huelga general, por ejemplo- todos están ausentes.

Los gritos son fáciles, pero las acciones subsecuentes imposibles en México. ¿Quién va acercarle justicia a los dolientes de Mara Fernanda y a los de las otras miles de víctimas de feminicidios si los encargados del aparato judicial son los mismos que garantizan impunidad para los delincuentes?, ¿cómo esperar castigo al crimen si se tolera que haya policías, investigadores ministeriales y jueces corruptos?, y ¿cómo pedir la aplicación de la Ley si se deja que los que gobiernan la violen permanentemente?

Así, el asesinato de la joven xalapeña es el botón de muestra de un mal sistema policiaco-judicial y  de malos gobernantes,  pero también de mala ciudadanía. No es un caso aislado sino parte de un engranaje complejo donde la principal responsabilidad no la tiene el Estado, sino la sociedad por no exigir a sus representantes ni escarmentarlos cuando no funcionan.

Algunos estudiosos –un tanto filosóficos, pero no por ello menos certeros- sostienen que cuando la gente ve un asesinato de este tipo con especial morbo –por eso son muy vendibles en la prensa- lo hace porque se está viendo ella misma, reflejada en una suerte de espejo que la desnuda.

Por otro lado, está un asunto que tampoco es menor. Desde que entró en México el servicio de alquiler de vehículos de particular a particular, tutelado por empresas como Cabify o Uber, se dijo que dado el contexto de inseguridad, violencia e impunidad, el mismo era un riesgo inminente. Si era  un peligro tomar un taxi convencional, pues en muchos casos sus concesionarios y conductores están ligados a la delincuencia organizada, ahora el abordar una unidad de un particular se convierte en una ‘ruleta rusa’.

Es cierto que las empresas operadoras tienen registro de sus conductores y los vehículos, pero eso sirve para indagar después de que el  delito fue perpetrado, como en el caso de Mara Fernanda, no para impedirlo. El registro de los choferes, dueños de automóviles y de los mismos automotores es virtual, no hay nadie en el momento en que se comete una falta o una agresión para impedirla. Entonces, el mensaje que debe quedar muy claro entre todos –sobre todo para los jóvenes- , porque la situación así lo amerita, es que hay que regresar a los viejos consejos: no te subas en el coche de un extraño.

Por demás está repetir lo que tanto se ha dicho, que en tiempos de ‘guerra’ –en este caso entre las bandas del crimen organizado y sus condiciones para que todos se animen a cometer delitos- cuando todos están expuestos a convertirse en víctimas, el tomar medidas de resguardo personal es algo vital. Sin caer en extremos ni en la paranoia ni en la misoginia, pero insistiendo en la reflexión en tiempos aciagos: ¿qué hace una jovencita de madrugada en la francachela y viajando sola con extraños?

Exponerse en un País donde las desapariciones y la muerte son lo cotidiano, no es heroicidad ni ejercicio de la libertad ni resistencia admirable, sino temeridad e irresponsabilidad. Y cuando el Estado falla en su función de ofrecer seguridad, los gobernados tienen que tomar medidas provisorias para no convertirse en estadísticas fatales. Así de simple.

 

úLTIMO GRITO

El viernes pasado fue el primer Grito de Independencia del Gobernador en funciones, pero la noticia que entusiasma a todos es que también fue el último ‘Grito’ de los alcaldes que ya están por dejar el cargo. ¡Viva! El regocijo es más que legítimo  porque ya no se volverá a escuchar otro año más sus alaridos patrios desde los balcones de los palacios municipales.

La mayoría de esos ediles son tremendos granujas que no tenían derecho a leer discursos en torno a la independencia, los derechos de los pueblos, la democracia, la igualdad o la legalidad y ni siquiera a ondear la Bandera, porque nada de eso respetan. Llegaron al cargo para robar y cometer todo tipo de pillerías.

Ojo, y no hay que perder de vista que en los comicios de junio pasado, hubo una reacción ciudadana –no tan fuerte como debería ser- y en casi la mayoría de las alcaldías se castigó a los partidos gobernantes, votando por la oposición. Así, el PRI perdió más de dos terceras partes de la geografía bajo su tutela. De 85 ayuntamientos que gobernaba, solo logró mantener 34, y eso obedece a que sus ediles defraudaron a la ciudadanía.

Lo mismo sucedió, en menor cantidad, en municipios donde gobiernan panistas y perredistas y que también resultaron un fiasco por lo que  fueron castigados en las urnas. De todos ellos fue su último ‘Grito de Independencia’ la noche del viernes pasado, y quien sabe si con suerte y funcionamiento de las instituciones judiciales, las próximas fiestas patrias muchos de ellos las pasen en un reclusorio. Así sea.

A nivel Nacional también fue el último ‘Grito’ del presidente, Enrique Peña Nieto, pues el año venidero entregará el cargo el primero de septiembre. La ceremonia fue fría e indicadora de que –pese a los miles de acarreados- no enciende el ánimo popular ni tocando el Himno Nacional, y que es el Mandatario más repudiado en la historia reciente. Vaya, el mexiquense no ganó ni un ápice de simpatía ni porque en la arenga hacia los héroes patrióticos incluyó un “viva la solidaridad de los mexicanos con Chiapas y Oaxaca”.

Vaya caso, los mexicanos son héroes, pero no por ayudar a los habitantes de esos estados que fueron castigados por el sismo ocurrido hace dos semanas, sino porque aguantar su fatídico sexenio, el cual –afortunadamente- ya también está por terminar.

En el tema nacionalista, también hay que decir que las ceremonias nocturnas del 15 de septiembre y los desfiles alegóricos del día siguiente, fueron mera nostalgia.  La “Independencia” de México de las  potencias extranjeras es de papel. Lo peor es que con la situación de violencia y criminalidad que hay en el País, ya no sirve la fecha como pretexto para la parranda y la francachela, salvo que las personas lo hagan bajo su propio riesgo. A eso se ha llegado.

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