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Gobierno y clero: tienen que leer a maquiavelo

Superiberia

 

El obispo de Saltillo, Raúl Vera López, opina que Felipe Calderón es el presidente más cruel que México haya tenido por la cantidad de muertes ocurridas durante su sexenio. Además, critica las reformas a la ley laboral aprobadas recientemente por todos los diputados y senadores sometidos a la voluntad presidencial. A los ciudadanos, nos interesa muy poco que este representante de alto grado de la clerecía católica tiene o no razón o que tal vez compartamos su opinión, pero sí nos debe importar que éste pastor de la iglesia utilice el púlpito como tribuna política, pues se supone que por ley está impedido para hacerlo.

Este clérigo, al igual que el arzobispo primado y muchos sacerdotes católicos de menor rango, se han permitido durante el sexenio de Calderón (“el presidente cruel”), atribuirse sin ninguna sanción el derecho de opinar sobre las acciones que debe o no debe realizar el gobierno y la sociedad, haciendo caso omiso de que su misión es primordialmente espiritual, y por ello alejada de la política y de las decisiones del Estado, que conformado por sus ciudadanos y autoridades civiles se da las leyes y el sistema político y social que más le convenga en un momento determinado de su historia, así sea el más o menos adecuado. Recordemos por esto brevemente a Maquiavelo, y ojalá lo lean por igual el clero y los gobernantes a quienes muy frecuente se les olvida que el Estado Mexicano es por ley laico:

Por el año de 1532, Maquiavelo publicó su famoso tratado de teoría política, El Príncipe, con la evidente intención de congraciarse con la familia de los Médicis, y principalmente con el duque Lorenzo, que acababa de recuperar el poder en Florencia. Con este pequeño pero valioso tratado sobre teoría política, Maquiavelo pretendió influir en el ánimo del joven Lorenzo para que se convirtiera en el ideal de estadística que Maquiavelo propugnaba, además que esperaba que el agradecimiento del duque lo colocara como consejero de su reinado. Sobra decir que ninguna de las dos aspiraciones de Maquiavelo se vieron realizada: nunca fue llamado a colaborar con el joven duque, y éste jamás dio señales de querer ser un estadista de regular valía, pues como todos sabemos resultó ser un mediocre. Tal vez éste último fracaso se debió a que el duque jamás leyó el tratado de Maquiavelo, o tal vez porque no logró comprender el alcance que encerraban las páginas de la mencionada obra.

Casi 500 años han pasado, y la obra de Maquiavelo sigue vigente y a la espera de un estadista que aplique al pie de la letra las enseñanzas expresadas en El Príncipe. Tal vez nunca lo encuentre, pero tal cosa no significa que las ideas de Maquiavelo hayan fracasado, ya que en mayor o menor medida las tesis expuestas en su obra influenciaron posteriormente a muchas claras inteligencias, y a no  pocas doctrinas políticas de ayer y hoy. En este aspecto Maquiavelo es considerado como precursor del filósofo inglés Francis Bacon, y por supuesto de Marx, Niestzche y Freud, ya que él fue el primero en enseñar y darle su justa relevancia a la doble moral que rige a toda la sociedad: la de los explotadores y los explotados, la de los poderosos y los débiles.

Los críticos y detractores de Maquiavelo de épocas posteriores y recientes a la publicación de sus tratados políticos, han utilizado injustamente el término maquiavélico con una acepción peyorativa para señalar ciertos vicios en la actividad política personal, de grupos o de partidos, seguramente porque al tratar de ganarse la voluntad del duque Lorenzo de cierta manera Maquiavelo estaba forzando la intención de su obra y comprometiendo, por lo mismo, su inteligencia y su verdadera ideología; es de creerse: quien escribe para agradarle al amo de cierta forma sólo es capaz de escribir lo que el amo quiere leer sacrificando así la realidad. Ejemplos de este tipo los tenemos en la actualidad por miles, en todos los Estados y en todos los regímenes. Pero esta definición no va con Maquiavelo porque la esencia de su pensamiento es la humanista en muchos pasajes de su famoso tratado, dado que siempre legitimó la validez indiscutible del ser humano a fin de que éste pudiera adueñarse algún día del mundo como el sujeto racional e histórico que siempre será.

La más importante aportación de Maquiavelo a los modernos sistemas de gobierno es incuestionable, pues defendió el poder del Estado frente al teocratismo medieval que perduraba a través del poder temporal del papado. La religión ha de someterse al poder del estado, señalaba como lo haría posteriormente Voltaire, pero sin perder su valor como elemento de cohesión social. Con esta tesis de separar la política de la religión, tesis utilizada en la actualidad por muchísimos teólogos liberales, de querer destruir la añeja tradición medieval teocrática que prometía el clímax de la felicidad en una vida posterior y ultra terrena, pero no en ésta, resalta al Maquiavelo libre, pensador y humanista que lucha por colocar a los individuos y a las naciones en la dimensión justa que les corresponde en este mundo, poblado por seres humanos con ilusiones y necesidades que quieren ver  realizadas y satisfechas aquí y ahora.

Valga este pequeño recordatorio sobre Maquiavelo en estos tiempos que, caracterizados por una indigna indefinición ideológica, permiten que los gobiernos utilicen a la religión como bandera política y que las religiones pretendan,  como en los mejores tiempos de la Edad Media, hacerse nuevamente del poder terrenal absoluto. En estos tiempos en que los problemas de la convivencia humana parecen no tener solución, no debemos de caer en el error de confundir una cosa con otra y no debemos pretender hacer la alquimia de mezclarlas. Cada una, en el territorio de sus facultades, puede y debe de luchar por el beneficio del género humano. Separadas política y religión pueden dar lo mejor; unidas para justificar mezquinos intereses lo único que lograrán será desquiciar el pensamiento humano.

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