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Hablar no es gobernar

Superiberia

Los recién casados estaban de luna de miel. En la suite nupcial ella le reclamó enojada a su exhausto maridito: “Apenas tenemos tres días aquí, ¿y ya quieres que interrumpamos esto para comer algo?”… Cierto político presentó su candidatura para un puesto de elección popular. Sacó dos votos. Su esposa le dijo, suspicaz: “A mí no me engañas, Filigonio. Tú tienes una querida”… Pirulina fue a confesarse con el padre Arsilio. Empezó: “Acúsome, padre, de que me he acostado con mi novio”. Inquirió el buen sacerdote: “¿Cuántas veces?”.

“Perdone, señor cura –se amoscó Pirulina–. ¿Esto es una confesión o una prueba de memoria?”… Con toda seguridad se puede decir que México es un País inseguro. En muchas ciudades y pueblos la vida cotidiana es aventura peligrosa. Eso en cuanto a lo interior. En lo que atañe a lo externo, algunos inversionistas extranjeros antes tirarían su dinero al mar que traerlo a un país donde priva la incertidumbre, donde la ley no rige plenamente y donde impera, por encima del orden jurídico, una voluntad impredecible. No hay nadie más culero que el dinero, si me es permitido el uso de esa palabra tan vulgar: “dinero”.

A la menor muestra de peligro escapa. No sé nada de economía –si algo supiera no dormiría por la preocupación–, pero algunos que saben de esa abstrusa ciencia me dicen que la economía del País está prendida con alfileres, y que los alfileres –por cierto de no muy buena calidad– se están cayendo uno tras otro. Urge dar seguridad a los mexicanos y certidumbre a los inversionistas. Estamos entretenidos en puras necedades mientras las instituciones se van desmoronando y retrocede la nación. Todo es palabrería; giras de fin de semana sin ningún fin; frases, frases, frases, infortunadas unas, que luego se deben corregir, chocarreras otras que van perdiendo ya su efecto, como las muletillas de un actor que al principio causan gracia y luego aburren por lo repetidas. Hablar no es gobernar. La realidad de las cosas no se altera diciendo que se tienen otros datos.

Las buenas intenciones son bonitas, pero las buenas acciones contarían más… Usurino Matatías, el hombre más avariento del condado, casó con una viuda. Le preguntó un amigo: “¿A dónde fueron de viaje de bodas?”. “A Acapulco –respondió el cicatero–. Pero fui yo solo. Ella ya había pasado por todo eso”… El camaroncito lloraba desconsoladamente. Alguien le preguntó: “¿Por qué lloras así?”. Respondió entre lágrimas el camaroncito: “Mi mamá fue a un coctel, y no ha regresado”… Ya conocemos a Capronio: es un sujeto desconsiderado, ruin. El recepcionista del hotel le preguntó: “¿Desea suite de lujo?”. “No –rechazó Capronio–. La señora es mi esposa”… En el Bar Ahúnda un tipo de aspecto estrafalario presumió: “Soy el mejor catavinos del mundo. Con los ojos vendados puedo decir qué vino es el que me sirven, y de qué cosecha”. Retó al cantinero: “Dame cualquier vino. Si no adivino su marca y su año te entregaré mil pesos”.

Abrevio el relato: el de la cantina le vendó los ojos y luego le sirvió al sujeto una docena de vinos de distintos países y diferentes años. En todos los casos el catador dijo sin equivocarse qué vino era aquél, y de qué cosecha, con detalles acerca de sus cualidades y sugerencias para sus maridajes. Molesto, el cantinero le dio a beber una copa con agua. La probó el vendado catavinos y manifestó: “No sé qué chingaos sea esto, pero una cosa te puedo asegurar: no se te va a vender”… Rosilita, la pequeña vecina de Pepito, le dijo: “Quiero ser tu novia”. Pepito la llevó a una tienda de Victoria’s Secret y le mostró un brassiére copa DP (Dolly Parton). Le indicó: “Si quieres ser mi novia primero tienes que llenar esa solicitud”… FIN.

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