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La factura electrónica y el nuevo derroche de papel

Superiberia

 

El curioso fenómeno de la factura electrónica impuesto por el SAT ha potenciado en nuestra ciudad, según varios expertos que nos han contactado, un desproporcionado derroche de papel, como nunca antes lo vivieron los ciudadanos.

Si bien nuestras autoridades se lavan las manos del desperdicio de papel que antes se les achacaba y han impuesto a los comercios que en adelante las facturas se envíen vía correo electrónico a cada persona, de acuerdo al estudio realizado por el especialista Fernando López, las ventas de papel bond se han disparado para poder imprimir esos mismos comprobantes para las declaraciones mensuales y anuales.

Ya en 1969, los expertos calculaban que el papel utilizado diariamente por las instancias del gobierno, tanto para trámites burocráticos como para oficios internos, rebasaba el volumen de material utilizado para las ediciones de todos los periódicos capitalinos.

Incluso algún pionero de los movimientos ecológicos dijo que tan sólo a nivel ciudad, la papelería para uso del aparato de Estado equivalía a la tala diaria de 20 árboles.

Ya entrados en el tema, un agudo reportero publicó en 1972, en la sección de Información General de un desaparecido diario (famoso por el comercial del vaso medio vacío y el medio lleno) un ejemplo del desperdicio de papelería común en las oficinas públicas.

Aquel reportaje estuvo ilustrado por tres memorandos extraídos clandestinamente de los escritorios del Departamento del Distrito Federal. En los documentos podía leerse cómo el achichincle segundo le informaba al achichincle primero que se efectuaría una junta; éste a su vez le confirmaba su asistencia mediante otro comunicado, y el primero remataba con un tercer documento en el que le agradecía su presencia.

Aquel intercambio de memos no hubiese sido del todo extraño de no ser porque los susodichos trabajaban en la misma área y sus oficinas se encontraban separadas por menos de ¡metro y medio!

Curiosamente, ese mismo año se creó por vez primera una tibia campaña de ahorro de recursos a nivel gubernamental, y aunque el término reciclaje aún no estaba de moda, se instó a los servidores públicos a reutilizar las cuartillas, a no enviar memorandos a menos que fuese absolutamente necesario y a hacer el número de copias exactas para los involucrados en determinado proyecto.

Lo malo es que aquella austeridad en el uso del papel terminó cuando llegaron las fiestas de diciembre, temporada cuando el presidente Luis Echeverría decidió celebrar a lo grande e instó a los jefes de área a levantar la moral de sus equipos de trabajo, mediante amables comunicados donde expresaran su cariño y siempre presta disposición para el abrazo y apapacho politiquero.

Aquella Navidad de principios de la década de los 70, tan sólo de la oficina de relaciones públicas de la Presidencia se repartieron (según los registros) más de 22 mil tarjetas de felicitación.

Con el tiempo y con la cada vez más notoria acumulación de papeles, se optó por abrir en muchas instancias públicas un área destinada al archivo interno, espacio en el que lo mismo podía encontrarse un memorando para la compra de papel higiénico, hasta una solicitud amañada para la adquisición de boletos de avión, con los cuales el funcionario en turno podría viajar con su esposa a costa del erario.

No obstante, la información clasificada que podía poner en evidencia a los transas, pocas veces salía a relucir a causa del desorden de dichas bodegas de documentos, donde las polvosas cajas alcanzaban varios metros de altura.

Hoy, millones de facturas se imprimen a tamaño carta todos los días, gracias a la “previsión” de nuestras autoridades hacendarias, no existiendo un cálculo actualizado de cuántos árboles se necesitan para cumplir con el volumen de papel requerido anualmente por los mexicanos. 

Incluso los comprobantes fiscales que emiten tiendas como Wal Mart, llegan a tener hasta 4 o 5 cuartillas al momento de ser impresas, afirma otro experto, Carlos Hernández, quien se ha dado a la tarea de medir las facturas en rollo de papel que se imprimen en comercios departamentales como Liverpool, donde junto con el ticket de compra rebasan el metro de largo. 

“Gracias a la factura electrónica, un contribuyente promedio que facture todos sus gastos y consumos, acaba el año, literalmente con maletas llenas de papel, estamos ante el mayor desperdicio de este material en la historia de nuestra nación, gracias a la poca visión de nuestros funcionarios”, finalizó.

 

homerobazanlongi@gmail.com

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