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Si no son, ¿en dónde están?

Superiberia

 

Relato cronológico del día de ayer: 1) el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, declara que los actos de protesta y el incendio cometidos en la casa de Gobierno son “un acto de provocación” contra su gobierno. 2) Trasciende la noticia del “abatimiento” del líder del cártel Guerreros Unidos, Benjamín Mondragón El Benjamón, en Jiutepec, Morelos. 3) Los normalistas y sus familias reanudan las protestas en Guerrero, pero ahora acompañados por contingentes de otros estados. 4) Se hace una “corrección informativa” y se anuncia que Mondragón en realidad se “suicidó” para no ser capturado por los federales del operativo realizado para su aprehensión. 5) Se da a conocer de la detención de un nuevo narcoalcalde guerrerense: César Miguel Peñaloza, presidente municipal de Cocula. 6) Se anuncia el hallazgo de otras nuevas cuatro fosas clandestinas en “la barranca del tigrillo”, en Iguala. 7) Se especula que podrían ser más de 200 cuerpos los enterrados en un total de diez fosas. Y 8) lo más importante, lo más esperanzador (y al mismo tiempo, lo más aterrador de todo): el procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, anuncia en conferencia de prensa que los cuerpos de las primeras fosas encontradas en Iguala no pertenecen a ninguno de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos en el 26 de septiembre. Las dos preguntas urgentes y a botepronto, evidentemente son: dado que no se trataba de los cuerpos de los normalistas, entonces esos cuerpos encontrados (completamente calcinados) ¿a quiénes pertenecen? Y claro está; si no son sus cuerpos, entonces ¿dónde están los normalistas? Y por eso digo “esperanzador”; porque esta noticia aviva las esperanzas de que los estudiantes se encuentren con vida, en alguna parte. Y digo “aterrador”, porque todos esos cuerpos encontrados, que evidentemente fueron sometidos a torturas y a vejaciones, que fueron encontrados quemados de pies a cabeza, también fueron personas de carne y hueso. Alguna vez con vida. Y también merecen justicia.

Hace dos días, Carlos Puig le preguntó en entrevista al gobernador de Guerrero que en qué indicios basaba la declaración que había hecho días antes afirmando que los cuerpos de las fosas no pertenecían a los normalistas. Y Aguirre respondió: “Porque tengo fe de que así sea”. Así: “fe” y punto. “Fe”. No jodas. La respuesta me parecía hasta ayer por la mañana, una más de las profundamente desafortunadas, irresponsables y hasta cínicas respuestas del gobernador ante la crisis más dolorosa y profunda de Guerrero en años recientes. Pero después de la conferencia de Murillo Karam, y constatar que en efecto no se trataba de los normalistas, sólo puedo pensar que Aguirre conoce mucho más de lo que usted, yo, y las autoridades federales sabemos sobre lo realmente ocurrido en Iguala. El gobernador Aguirre, o miente u omite. Que para un caso de esta gravedad es prácticamente lo mismo. Como seguramente miente sobre la fuga y el escondite de José Luis Abarca. Como seguramente miente (u omite) cuando asegura que no sabía de la mancuerna del prófugo alcalde, su mujer y el cártel Guerreros Unidos. Como seguramente miente (u omite) cuando se dice sorprendido por la existencia de las fosas clandestinas. Y como seguramente miente (u omite) cuando asegura no tener idea alguna de dónde puedan estar los 43 estudiantes desaparecidos…

Pero hay una pregunta más inquietante: sumados a los de Iguala, los 14 policías detenidos en Cocula confesaron haber participado en la desaparición de los normalistas. ¿Cómo es entonces que la PGR todavía no averigua dónde están? ¿A poco tras la “confesión” nadie les preguntó a dónde los llevaron? ¿Y quién les giró las instrucciones?

A las omisiones de Aguirre se suman, por supuesto, los sigilos de la Procuraduría. Enrique Peña Nieto debe saber que la incertidumbre (de los familiares, claro, en primera instancia, pero también de la sociedad entera) respecto a este trágico acontecimiento es una bomba de tiempo que juega en su contra. Y que la tardanza en las investigaciones de su gabinete sólo será gasolina para sus detractores. Para su gobierno es una urgencia encontrarlos. Si los encuentra con vida sería la mejor noticia para su gobierno. Si no, al menos que se tenga pronto la certeza de lo ocurrido para que sus desapariciones no sean los fantasmas que lo acosen al resto de su administración. Y en cualquier caso, las investigaciones sobre los vínculos del narcoestado, en el que claramente se convirtió Guerrero, lleguen hasta el fondo y se castigue a todos los culpables. Pero también a los que, por sus vínculos con el narco, pudieran causar tragedias similares a futuro. Sin duda, Iguala abrió una “caja de Pandora”: que todos los demonios que de ella salgan sean debidamente expuestos, debidamente condenados.

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