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Tarro de miel

Superiberia

Tragedia doble en Pemex. La muerte y lo que se hace para paliar sus efectos. Una explosión lamentable y una respuesta de Carlos Romero Deschamps que también lo es. Por lo que revela. Por lo que permite. Por lo que evidencia. Una empresa pública que ofrece plazas vitalicias a los familiares de los caídos. Una empresa que no contrata con base en la productividad sino a través de la consanguinidad. Una empresa de los mexicanos que el sindicato maneja como si fuera sólo de los petroleros. Aprovechándose de manera extractiva. De manera clientelar. De manera patrimonial. Como si fuera un tarro de miel. 

Pero un tarro cada vez más vacío. De una producción de crudo de 3.4 millones de barriles en 2004, la producción ha caído a 2.55 millones en 2012. De los enormes recursos con los que el país contaba, hoy la predicción es que sólo hay petróleo para 9 años más. De lo que la empresa debió haber reinvertido, quedan apenas vestigios de lo mal gastado. México lleva tres décadas despilfarrando su riqueza de manera descuidada. De forma irresponsable. Usando los ingresos de Pemex para darle al gobierno lo que no puede o quiere recaudar. Distribuyendo el excedente petrolero entre gobernadores que se dedican a construir segundos pisos. Financiando un sistema político de partidos multimillonarios y burócratas improductivos. Dándole más dinero a Romero Deschamps que a los agremiados en cuyo nombre dice actuar. Eso es lo que ha hecho el gobierno con los millones de dólares anuales que recibe gracias a la venta del petróleo. Así hemos desperdiciado el dinero y desaprovechado el tiempo. Metiendo la cuchara para sacar la miel sin pensar en cómo crear más o distribuirla mejor.

Y ante ello, la “petromanía” que invade a la clase política. El llamado a una reforma energética de gran calado. Los pronunciamientos de Enrique Peña Nieto al respecto. La urgencia que actualmente reviste el tema. Y qué bueno que sea así, porque como lo señala el estudio reciente del ITAM y el Woodrow Wilson Center –“A New Beginning for Mexican Oil”– el modelo extractivo actual ha llegado a su límite. Urge revisar el andamiaje legal, regulatorio y organizativo de Pemex. Urge reemplazar el Estado rentista que vive del petróleo, por el Estado eficaz que lo usa para el desarrollo.

Pero para instrumentar una reforma energética que realmente tenga impacto va a hacer falta pensar de otra manera. Actuar de otro modo. Tratar a Pemex de forma diferente. Usar al petróleo no para financiar el statu quo sino para transformarlo. Usar el dinero que produce no para engordar a la burocracia política sino para educar a los ciudadanos. Usar las rentas que genera no para asegurar clientelas sino para entrenar ingenieros. Y eso no ocurrirá tan sólo con permitir la inversión privada en Pemex. O tan sólo empujar una reforma constitucional. O tan sólo invitar a la inversión extranjera. O tan sólo promover esquemas de co-inversión como los de Petrobras. O tan sólo señalar el modelo “Mar de Norte” como ejemplo de competencia, cooperación y vigilancia pública. Propuestas necesarias pero insuficientes.

La discusión actual tiende a centrarse en cómo mantener los ingresos de Pemex, no en cómo disminuir la dependencia gubernamental de ellos o cómo gastarlos mejor. El debate se focaliza en cómo extraer más petróleo, no en cómo utilizar de manera más productiva la riqueza que produce. El debate es técnico, cuando debería ser político. Cuando debería enfocarse no tanto en las formas de explotar un recurso patrimonial, sino en las formas de usarlo para el crecimiento. Cuando debería incluir una estrategia para invertir en la educación de los mexicanos y no nada más en el financiamiento del gasto corriente. Cuando debería insistir en la productividad del sindicato y no solamente en la perpetuación de sus privilegios.

A México le urge repensar el paradigma prevaleciente sobre el petróleo. Le urge redefinir cómo lo usa, para qué y en beneficio de quién. Para lograr modernizarse, diversificarse, educarse. Para que el país pueda ganarse la vida gracias a su gente y no dependiendo de su petróleo. Para desmantelar el “capitalismo de cuates” gracias al cual Carlos Romero Deschamps puede regalar plazas. Para que él y tantos más se vean obligados a sacar las manos del tarro de miel.

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