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De política y cosas peores

Superiberia

Catón
Columnista

Las medidas de protección de AMLO
“Mi esposa tiene dos amantes”. Eso le contó, desolado, don Cucoldo a su amigo Candidicio. Éste, que por haber leído al doctor Norman Vincent Peale practicaba el pensamiento positivo, le recomendó al mitrado marido: “Mira esto por el lado bueno: tu mujer necesitó dos hombres para sustituirte”… Es en los baratillos donde he comprado mis más caros libros. Soy cliente asiduo de las librerías de lance, tanto que la asociación que agrupa a los beneméritos  libreros de viejo me entregó hace años, en la Feria del Libro de Oaxaca, su presea nacional. A cada ciudad a donde voy, en el país o en el extranjero, procuro ir a una de esas entrañables librerías, y paso en ella deleitosas horas buscando en los anaqueles o las mesas una pepita de oro. La encuentro casi siempre: una edición antigua, curiosa o rara cuyo hallazgo me hace sentir la misma emoción que la del buceador que saca del fondo del mar una preciosa perla como la de Steinbeck. Permítanme mis cuatro lectores presentarles ésta que me estaba esperando en una librería de la calle de Donceles, en la Ciudad de México. Es un pequeño libro publicado en 1906 por la señorita profesora Dolores Correa Zapata, maestra de Economía Doméstica en la Escuela Normal para Profesoras. Se llama  “La Mujer en el Hogar”. La autora dedicó su obra, naturalmente, a doña Carmen Romero Rubio de Díaz, esposa del Presidente de la República. No resisto la tentación –ninguna he resistido nunca- de poner aquí algunos párrafos de ese libro de consejos, algunos de ellos medicinales, a las esposas y madres de familia. “Mordedura de perro rabioso-. La eminencia del peligro debe dar en este caso a la madre todo el valor que se necesita para aplicar al niño adorado un hierro candente en el lugar donde ha sido mordido por el perro”. “Congestión y hemorragias cerebrales-. Al mismo tiempo que se procura atraer la sangre a los miembros inferiores se debe procurar igualmente desalojarla de la cabeza por medio de compresas de agua fría renovadas incesantemente. Hay que cortar el cabello si es largo”. Pero el texto más aplicable a los días que corren –muy lentamente, pero corren- es el que sigue: “Epidemias-. La mujer que quiere merecer el título de cristiana no sólo debe defender a los suyos, sino favorecer (en lo posible) a sus semejantes. En una pequeña ciudad de la República se pronuncia todavía con veneración el nombre de una piadosa dama que en la época aciaga del año 40, en aquel terrible cólera que diezmó campos y desoló ciudades, fue el hada benéfica de su ciudad. El régimen que usó para prevenir el contagio no podía ser más sencillo. Consistía en tomar por todo alimento carne asada, arroz cocido y pan frío, y una sola fruta dos veces al día; bañarse dos veces por semana con agua hervida y hojas aromáticas, llevar el vientre cubierto con un parche de perrubia y copal, sujeto con una banda de franela, y en el pecho un escapulario doble, y tan ancho que dejase cubiertos pecho y espalda, llevando en un lado la efigie del Crucifijo y en otro la estampa de la Santa Virgen. Dicho escapulario debía contener una capa de algodón bendito y una bolsita con alcanfor, debiendo ponérsele además, cada tres días, tres gotas de esencia de canela…”. Ahora digo yo: las medidas de protección citadas por la señorita Lola ¿no se parecen algo al Detente de López Obrador y al notorio desconcierto de las autoridades nacionales de salud ante el coronavirus? Y otra pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?…  La india piel roja le dijo alegremente a su azorado novio: “¡Una buena noticia, Alce Parado! ¡Ya no vas a sr el último de los mohicanos!”… FIN.

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