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El caso Aliyev: una propuesta

Superiberia

Sobre la estatua de Heydar Aliyev, ex presidente de Azerbaiyán, se ha desarrollado un intenso debate. Creo que aún es oportuno hacer una propuesta orientada a que los ciudadanos capitalinos encuentren en la decoración de sus espacios públicos mensajes cívicos edificantes.

El asunto se encamina hacia su conclusión. Miguel Mancera decidió ponerle punto final a este penoso lío político-diplomático. La autoridad capitalina, siguiendo la recomendación de la comisión formada para encontrar una salida decorosa a tan embarazosa cuestión, plantean al embajador Ilgar Mukhtarov dos cosas: ubicar en otro lugar la efigie de quien fuera un alto funcionario de la desaparecida URSS, jefe importante en la jerarquía de la temible KGB y en 1993 presidente de su país; al mismo tiempo, le ofrecen conservar el nombre de “Parque de la Amistad Ciudad de México-Azerbaiyán” al predio en donde se ubicó la escultura.

Al embajador azerí la oferta de remoción debe resultarle ofensiva, porque se trata del padre del actual presidente azerbaiyano y porque se desconocen los compromisos en virtud de los cuales esa representación diplomática desembolsó millones de dólares para remodelar la Plaza Tlaxcoaque y el multicitado jardín de la avenida Reforma, frente a Chapultepec, destinado a alojar el bronce.

A nadie queda claro cómo fue que Ebrard no reparó en las consecuencias de ceder un lugar privilegiado para exaltar la figura de un personaje a quien sus críticos le adjudican cargos de dictador y genocida. Hace cinco meses se inauguró la escultura y el escándalo no amaina. Cuauhtémoc Cárdenas, responsable de los asuntos internacionales en el gabinete mancerista, opina que la estatua “no honra a la ciudad de México ni la ciudad tiene por qué honrarla… No cabe en la ciudad”.

Ocurre que los monumentos a los dictadores son derribados cuando sus regímenes fenecen. Recordamos escenas de jubilosas multitudes echando por tierra efigies de Lenin, Stalin, Hussein. En Moscú, tras la desintegración del poder soviético, las autoridades crearon un cementerio de estatuas impopulares en el Parque de Artes Muzeon, donde se exhiben las esculturas abatidas en la primavera democrática de Europa del este. Allí están, entre otros, Felix Dzerzhinski el sanguinario fundador de la Checa, predececesora de la KGB; Breznev, Kalinin, Sverdlov y muchos más.

En 1991 una multitud enfurecida arrancó la escultura del creador de la maquinaria represiva soviética. Las autoridades moscovitas no la reinstalaron. La arrumbaron en el Muzeon. Hubo quien se inconformó y propuso que se le regresara a su lugar porque esconder a Dzerzhinski era negar la historia y no permitiría asumir la dolorosa experiencia que impidiera repetirla. La estatua debía servir de advertencia y por ello, junto a la efigie del repudiado asesino, debía colocarse otro conjunto escultórico en honor de los miles de sacrificados por el sistema bolchevique. Esa era la lección histórica y cívica que la nueva etapa democrática debía desplegar.

Regresemos a la ciudad de México. ¿Qué hacer con Aliyev? Propongo: 1) expresarle una solemne y pública disculpa al gobierno de Azerbaiyán por este desaguisado; 2) reembolsarle sus millones de dólares, más intereses, y recuperar la “soberanía” defeña en Tlaxcoaque; 3) mantener la estatua de Aliyev en donde está; 4) a su lado levantar una nueva escultura alusiva a la lucha de los pueblos por su libertad y la democracia. Así se crearía un circuito de monumentos con esta temática, pues muy cercanos se encuentran los de Gandhi, Churchill, Bolívar, Ho Chi Minh. Son personajes de todos los colores y sabores, algunos nada democráticos, pero que no han sido impugnados. Que no se discrimine a ninguna tendencia; 5) conservar el nombre del jardín para honrar la amistad de la ciudad con Arzebaiyán, y 6) bautizar a esa zona con un nombre que promueva los valores cívicos, libertarios, de tolerancia y de respeto a la dignidad humana.

 

@lf_bravomena

Analista Político 

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