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El ruiseñor y el tequila

Superiberia

Los subtítulos siempre han sido un ancho campo para descubrimientos jocosos. Las monumentales metidas de pata de los subtituladores, son el testimonio contundente de que, como un escritor malicioso, a México le ha tocado el extraño privilegio de ser ignorante en dos idiomas: el español, que estamos olvidando; el inglés, que nunca hemos podido aprender de veras. Las víctimas de esta ignorancia creciente son, entre muchos otros, los televidentes. El fantasma de Antonio Alatorre me reconvendría en este punto: no hay motivos de alarma, y nuestra lengua está en perfecto estado de salud. Así debe ser, si ese fantasma venerable lo dice, como lo dijo repetidamente y con todo vigor cuando andaba entre los vivos.

La ignorancia del inglés me ha hecho decir alguna vez que en México debería haber una comisión de defensa de la lengua de Shakespeare, para mantenerla a salvo de quienes tan manifiestamente la desconocen y a su cargo tienen responsabilidades traductoriles como los subtítulos del cine y de la televisión. Comento en lo que sigue uno de los subtítulos más desastrosos que me ha tocado leer en estos años.

Este 2012 se celebra el centenario de la empresa Universal. Los anuncios en televisión incluyen actores desconocidos para mí. Felicitan a Universal por sus programas de televisión y por sus películas. En uno de esos anuncios, un actor habla de las películas de la compañía; enlista un puñado de esas cintas cinematográficas y menciona una que aparece en el subtítulo con este nombre estrambótico: Tequila Mockingbird.

¿Qué película es esa? Hice el experimento siguiente: dije en voz alta la frase y descubrí de inmediato de qué se trataba. No, desde luego, de una película llamada así; sino de la muy famosa To Kill a Mockingbird, con el inolvidable personaje de Atticus Finch encarnado por Gregory Peck. Para el subtitulador -que no sabe inglés pero además tiene un oído fatal-, la frase inglesa “to kill a” le sonó a ese descomedido ¡como “tequila”!; más todavía: no sabe inglés, tiene mal oído y tampoco sabe nada de cine, por no decir de literatura. Esa película es la adaptación de una novela muy hermosa de Harper Lee que en su momento ganó el Premio Pulitzer. No saber inglés, no saber de cine, no saber de literatura -además de tener mal oído- es mucho no saber; no tendría importancia en otros menesteres, pero si uno trabaja como traductor de subtítulo del inglés al español la situación es penosa, grave y chusca o indignante, según prefiera uno. A lo mejor les pagan una miseria a esos subtituladores; aun así, lo que hacen está muy mal.

Quizá la actitud más sana sería decir: “esto no tiene ninguna importancia”. Sospecho que para la mayoría eso es lo prudente; para necios como yo y un puñado de “intelectualillos”, sencilla y rotundamente no es así: estoy seguro de que nos moriremos sin haber aceptado dócilmente estas fallas, errores y metidas de pata.

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