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Excusas y pretextos

Superiberia

Por: Catón / columnista

“Antes de irnos a la cama deberías decirme algo”. Eso le pidió la linda chica al rudo sujeto en la habitación número 210 del popular Motel Kamawa. Replicó el majadero: “No suelo gastar tiempo en eso. Dejo que mi atributo de varón hable por mí”. Cuando la muchacha lo vio al natural le dijo: “Veo que eres hombre de pocas palabras”…

Dulcibella le contó a Susiflor: “Siempre hago el amor con la luz encendida”. Preguntó Susiflor: “¿Por qué?”. Explicó Dulcibella: “Mi novio deja abierta la puerta del coche”… Don Celerino se disponía a ir a su trabajo, pero la visión de su esposa bajo la ducha le inspiró otro pensamiento. Le propuso a la señora: “¿Qué te parece si nos echamos un rapidito?”. Respondió ella: “¿Acaso sabes otros?”…

El golfista hizo su tiro, pero no le acertó a la pelotita. Dijo para justificarse: “Me distrajo alguien que pasó”. En el segundo intentó falló de nuevo. Adujo: “Se oyó un grito y eso me desconcentró”. Hizo un tercer tiro y lo falló otra vez. Explicó: “La sombra de esa nube me sacó de onda”. Intervino su compañero de juego: “Déjale algo a lo pendejo ¿no?”. Ciertamente el cuentecillo es inaplicable a cosas de política, pero me sirve de pretexto para decir que los funcionarios del actual régimen ya no podrán culpar a quienes los antecedieron, ni esgrimir “el cochinero que nos dejaron” para explicar todo lo malo que está sucediendo en el País, especialmente en los renglones de la seguridad, la economía y la salud.

A un año de haber tomado posesión de sus cargos se supone que quienes ahora nos gobiernan tienen ya en sus manos la administración del País, y por tanto les compete la responsabilidad de sus acciones y omisiones. Ciertamente son muchas y muy largas las secuelas de un sexenio como el que Peña Nieto presidió, caracterizado principalmente por la corrupción, impune todavía, dicho sea de paso. Los incontables males derivados de ése y otros gobiernos no se pueden corregir de la noche a la mañana. Pero más allá de excusas y pretextos, es tiempo ya de que los funcionarios del nuevo régimen –ya no tan nuevo– asuman plenamente su responsabilidad en vez de recurrir a la mención constante de lo que otros hicieron o dejaron de hacer para justificar lo que ellos dejan de hacer o lo que hacen. Es una sugerencia que hago sin más interés que el de orientar a la República…

En el momento del amor el esposo de doña Frigidia le preguntó: “¿Te lastimé?”. “No –se extrañó ella–. ¿Por qué me lo preguntas?”. Explicó el marido: “Como te moviste…”… Doña Macalota despertó a medias de la noche y se percató de que su esposo, don Chinguetas, no estaba ya en la cama. Se levantó, se puso una bata y fue a buscarlo. En la cocina lo encontró, sentado ante la mesa y bebiendo con actitud sombría una taza de café. Le preguntó, solícita: “¿Qué te pasa, Chingue?”. Respondió él: “¿Recuerdas que éramos novios y una noche nos quedamos solos en tu casa?”. “Lo recuerdo” –contestó doña Macalota–. “Y ¿recuerdas –prosiguió don Chinguetas–, que empezamos a acariciarnos y a besarnos en modo tal que nos excitamos grandemente?”.

“Lo recuerdo también” –repitió doña Macalota sin entender a dónde iba su marido–. “¿Recuerdas –continuó el señor– que te acosté en el sillón grande de la sala y ahí mismo empecé a hacerte el amor?”. “Claro que lo recuerdo –dijo doña Macalota–. ¿Cómo podría olvidarlo?”. “Y ¿recuerdas –siguió el esposo– que en eso llegó tu papá, me puso el cañón de su escopeta en salva sea la parte y me dijo que si no me casaba contigo me enviaría 20 años a la cárcel?”. Volvió a contestar doña Macalota: “Sí lo recuerdo”. Dijo entonces don Chinguetas con acento sombrío: “Hoy habría salido”… FIN.

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