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Vivir presa del miedo

Superiberia

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Córdoba.- Como si se tratara de una historia de terror, de esas que sólo se cuentan en las películas, Jessica ha vivido 22 años azotada por el miedo y la desesperación. A los 13 años, por curiosidad, jugó la tabla de la Ouija con una de sus amigas de la secundaria; hoy, asegura escuchar voces que le incitan a dañar a sus seres queridos.

LE CAMBIAN LA VIDA

Jessica y su familia, habitaban en la unidad habitacional de San José de Abajo. Durante toda su infancia, según recuerda, había sido una niña con gustos algo extraños, pues le atraían los cuentos y narraciones de hechos paranormales e inclusive le llamaba la atención la hechicería.

Pese a ello, su vida transcurría con plena normalidad. Ya en la secundaria, una de sus compañeras de grupo le invitó a su casa para pasar el rato. Entre los juegos, le dijo que contaba con una Ouija, misma que por curiosidad había aceptado a jugar, pues existen decenas de historias sobre hechos extraordinarios que se relacionan con dicha tabla.

Aunque con el paso de los años evita cada vez más hablar al respecto, relató que durante el momento del juego no tuvo ningún evento extraordinario, por el contrario, llegó a pensar que lo que se decía de dicha tabla eran simples historias y rumores.

EMPIEZA EL MARTIRIO

Sin embargo, en una noche, comenzó a escuchar voces en su cabeza, las mismas que  le exigían dañar a sus padres y a todo aquel que se le acercara. Invadida por el miedo, dijo que lo único que pudo hacer fue refugiarse en su cuarto.

Al día siguiente, y sin ganas de nada, su madre se acercó para preguntarle cómo había estado su noche. Dudosa de  la reacción de sus padres, accedió a contarles lo sucedido. En un principio, dijo que sospecharon que podría tratarse de un juego o mentira para no asistir a la escuela, sin embargo, las crisis fueron en aumento.

BUSCAN APOYO

Por considerar que se trataba de un hecho imaginario o de un problema de conducta por el cual  estaba atravesando la joven adolescente, fue sometida a atención psicológica  y hasta psiquiátrica. Los reportes médicos aseguraron que “se encontraba mentalmente sana”, aunque recibió tratamientos farmacológicos para reducir efectos de la ansiedad.

TEMEN PRESENCIA DEL MALIGNO

Ante la falta de resultados y sobre todo a las recurrentes crisis que le ocasionaban las voces de su cabeza, en un acto de desesperación, la familia de Jessica decidió llevarla a la zona conocida como “La casa del exorcista”, en Puente Jula, Veracruz.

El pequeño pueblo es conocido por las ceremonias religiosas en las cuales se realizan exorcismos masivos. En esta ocasión, Jessica era una de las asistentes. Aunque se negó a ofrecer mayores detalles sobre el encuentro en dicho lugar, afirmó que los relatos que existen sobre lo espeluznantes que resultan dichas ceremonias, “se quedan cortos”.

Con la confianza de que este evento ayudaría a la tranquilidad de la joven y sobre todo a su familia, retornaron a su domicilio. Sin embargo, semanas después las voces volvieron a surgir, y con ello, las crisis emocionales que sufría.

En un segundo intento por ayudar a su hija, la familia buscó el apoyo del párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, Deniss Joseph Richard Courchense -quien es uno de los tres sacerdotes a quien el obispo de la Diócesis, Eduardo Patiño  Leal, les  entregó sus cartas de autorización para realizar exorcismos-.

Fue así como se mantuvo por varios meses, asistiendo a la Iglesia e inclusive participando en grupo religiosos, aunque las crisis no cesaron.

ALEJADA DE SU FAMILIA

Aunque en la mayoría de las veces,  cada vez que las voces le atormentaban, optaba  por refugiarse en su habitación y alejarse de todos sus familiares, decidió irse de su casa, su hermana mayor a quien nombraremos “Esther”,  accedió a darle asilo en su vivienda, ubicada en la colonia Agustín Millán, donde ha permanecido desde hace 22 años.

Por las condiciones de vida en las que Jessica ha sobrevivido, no ha logrado sostener una relación de pareja ni mucho menos tener hijos, pues asegura  no querer tener contacto con la gente.

Actualmente, Jessica tiene 35  años de edad, asiste a la Iglesia de la comunidad a orar con mayor frecuencia, pero niega creer en Dios.

Aquellas voces le siguen atormentando, sin embargo, intenta llevar una vida tranquila.

Las pocas veces que sale a  la calle, visita a algunas de sus amigas con las que acostumbra asistir a los grupos de oración, aunque por lo general evita todo tipo de contacto con gente nueva y mucho menos hablar de lo sucedido.

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