in

Diez anécdotas del mejor director de periódicos del siglo XX

Superiberia PUBLICIDAD

Ben Bradlee ha muerto a los 93 años. Fue director del Washington Post entre 1968 y 1991, en la edad de oro del periódico y también, quizá, del periodismo en Estados Unidos. Bob Woodward, uno de los artífices del Watergate que hizo dimitir al presidente Nixon en 1974, ha dicho que Bradlee “es incomparable, fue el director del siglo XX”.

Hoy es día de elogios. Muchos de quienes trabajaron para él han querido recordarle. Esta es una lista de anécdotas que definen a Bradlee y el trabajo de un director:

 

1. La jodida noticia. En los años de la dimisión de Nixon, uno de los dos periodistas que habían destapado el caso, Bob Woodward, dijo en una charla: “El Post no está interesado en lo que hiciste ayer o la información de hoy. Están interesados en qué tendrás para mañana”.

Pocos periodistas tienen películas sobre su trabajo. Los protagonistas del Watergate, sí. El actor que iba a interpretar a Bradlee en Todos los hombres del presidente, Jason Robards, leyó el guión y fue a quejarse al director, Alan Pakula: “no podía hacer el papel porque todo lo que hacía Bradlee en la película era dar vueltas y decir: ‘¿Dónde está la jodida noticia?’” La respuesta que dieron a Robards fue: “Tendrás que imaginar 15 maneras de interpretarlo para que parezca distinto. Y elegante”. Así era la vida de Bradlee.

El mérito principal de Bradlee era impulsar a sus periodistas a encontrar algo nuevo. “Sé qué puedes hacerlo” o “Vamos a llegar hasta el fondo”, decía según Woodward: “Su llamada a filas era: ‘Persigue a esa madre’”. “Era el mejor cheerleader de un periodista”, dice Walter Pincus, periodista de temas de seguridad nacional.

Bradlee quería saber siempre qué pasaba. Era cotilla. Es el carácter perfecto para un periodista. Otra anécdota de Woodward: “Ben y Sally [su mujer] estaban siempre en el circuito, buscando información. Te llamaban y te decían: ‘He oído esto o aquello’, virtualmente las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Cualquiera que crea que internet ha creado el ciclo de 24 horas 7 días no conocía a Ben Bradlee”.

 

2. El detalle es clave. Bradlee se acercaba a los escritorios de la redacción para preguntar qué novedad había en tal caso. Su periódico levantó grandes historias, pero Bradlee buscaba los detalles. Martha Sherrill trabajó años en su mítica sección de Style, que convirtió las viejas “páginas para mujeres” en historias importantes tratadas con la misma importancia que política o crimen. Escribe Sherrill:

 

Cuando nos mandaba notas de felicitación por una noticia, a menudo destacaba el momento más pequeño, más de escritor: cómo habíamos descrito un lunar en la cara de alguien o una risa irritante de metralleta, o la expresión de un hombre visto a través de la pista de baile mientras se olía el sobaco.

 

¿Cuántas veces se habrá publicado con elegancia que alguien se huele el sobaco en una discoteca?

 

3. El éxito es hacer hablar. Las noticias son lo que da para hablar. Bradlee lo llamaba un “talker”. Una victoria para sus periodistas era que le llamaran al día siguiente a las 8 para comentarle algo que publicaba el periódico. “¡Esto dará que hablar!”, decía. Era otro modo de animar.

 

4. Las mentiras privadas serán mentiras públicas. Los admiradores que tiene Bradlee en España quizá dejen de serlo por este detalle: le encantaba destapar pecados privados de cargos públicos. Su teoría era sencilla: “Si alguien miente sobre lo que comió, creo que mentiría sobre cualquier cosa”. Así cuenta Sherrill la pasión de Bradlee por las cositas pecaminosas de la vida:

 

Disfrutaba con los pecadillos románticos y cualquier tipo de escándalo embarazoso. Vivía para los momentos en los que el periódico pillaba a algún individuo poderoso en una mentira. Estaba fijado en las flaquezas y debilidades contra las que todos luchamos, y contaba historias humillantes sobre él con el mismo entusiasmo que sobre otros.

 

Bradlee fue una vez en 1960 con el candidato presidencial John Kennedy a un cine porno sórdido. Es una compañía curiosa.

 

5. La defensa de la redacción. Los periodistas se equivocan. El redactor Milton Coleman confundió un día el nombre de un protagonista de una historia de portada. Bradlee fue a su sección, en medio de la redacción, y le crujió a gritos. Luego le llamó a su despacho. Pidió disculpas a Coleman –“nunca debía haber dicho eso”– y siguió:

 

Déjame decirte dos cosas. Número 1, si te equivocas, dímelo en seguida. Número 2, vas por el carril rápido. Te acabas de pegar un morrazo en la cara. ¿Sabes lo que significa? [Coleman le dijo que no.] “Haz el puto favor de levantarte y corre”.

 

Dentro de la redacción era duro. Pero de cara afuera, los periodistas eran lo primero. Leonard Downie jr. trabajaba en una serie de artículos sobre la explotación de propietarios negros por asociaciones de prestamistas.

Ben hizo una rara aparición en mi mesa y me preguntó en qué trabajaba. Con su habitual breve periodo de atención, me cortó mi larga respuesta para decirme que acababa de ver a los jefes de esas asociaciones en su oficina y que le habían amenazado con retirar toda la publicidad del Post si publicaba mis artículos. No me dio a tiempo ni a respirar antes de que me palmeara el hombro en su manera característica y me dijera: “Sólo hazlo bien, chico”.

Las piezas salieron y las asociaciones retiraron los anuncios durante un año, pero nadie se lo dijo a Downie. Era responsabilidad del periódico y el director estaba para detener esos golpes. 

 

6. El rol del periodista. Cuando Bradlee era reportero a secas, fue a cubrir una piscina segregada. Un grupo de negros quería entrar y los blancos se oponían. Hubo peleas. A la vuelta a la redacción, le parecía una historia importante. Pero su redactor jefe quería darlo pequeño.

Mientras discutían, llegó el entonces director, Philip Graham. Lo llevó a su despacho, donde estaba sentado el ministro del Interior, Julius Krug. Graham dijo a Krug: “No publicaremos el artículo a lo grande si aceptáis abrir esas piscinas para todo el año que viene”. En un perfil de Bradlee de 1974, escriben:

 

La escena ofendió el concepto de periodismo de Bradlee, pero iba de acuerdo con la idea de Graham de usar el periódico y su poder como vehículo no para informar sino para cambiar políticas. Bradlee no creía ni cree que ése sea el rol del periodista. 

 

Este era en cambio el rol de periodista para Bradlee: “Mientras un periodista cuenta la verdad, en conciencia y con justicia, no es su trabajo preocuparse por las consecuencias. La verdad no es nunca tan peligrosa como la mentira a largo plazo. Creo verdaderamente que la verdad hace libres a los hombres”. 

 

7. La misión del periódico es simple. Bradlee tenía claro que el periódico no debía pontificar:

 

Quería realmente sacar al Post de las “grandes causas”. Le pedí a Katharine Graham [la gerente] que dividiera la página editorial, para que nadie me pudiera acusar de cualquiera que fuera la jodida política editorial. No iba conmigo predicar. Puedo decirle a alguien que es el culo de un caballo, pero no sé decirle a la gente qué debe hacer.

 

Para calmar a periodistas en momentos de ansiedad sobre una decisión editorial, Bradlee les decía: “Cuando escriban la historia del mundo, esto no saldrá”. David Remnick ha retratado bien este aspecto de Bradlee: “No era Noam Chomsky. No era un outsider ni un izquierdista. No era el intelectual más poderoso, o el pensador más radical ni el más dubitativo sino el más vivo”.

 

8. El beso al bigotudo. Ese entusiasmo de Bradlee sale en esta anécdota que cuenta periodista David Maraniss en plena campaña presidencial de 1980. Nadie sabía quién iba a escoger Ronald Reagan como vicepresidente. La mayoría creía que iba a ser Gerald Ford. Pero el periodista del Post, Lou Cannon, insistía que iba a ser George H. W. Bush. Dice Maraniss:

 

Bradlee dijo que besaría al dulce Lou en la boca si acertaba. Y cuando Cannon acertó, Bradlee le besó en la boca, a través del bigote descuidado de Lou, en la redacción del Post en Detroit. 

 

9. No todo fue felicidad. Bradlee creía que “el segundo párrafo” de su obituario sería uno de sus grandes fracasos como director. Una de sus periodistas, Janet Cooke, escribió un reportaje sobre un niño adicto a la heroína. Ganó un Pulitzer. Pero no era verdad.

Bradlee pilló a Cooke en la redacción como hubiera pillado a cualquier cargo electo. En su currículum Cooke escribió que hablaba francés, italiano y portugués. Bradlee le pidió que le dijera algo en esas lenguas. Cooke no pudo. Era un modo de confirmar su teoría: quien miente en pequeño, miente a lo grande.

 

10. Las famosas camisas. Bradlee compraba sus camisas en Londres. He visto hoy a muchos periodistas estar orgullosos de esa elección. Pero no era mérito de Bradlee, sino de su tercera mujer, Sally Quinn:

 

Le dio permiso para que lo rediseñara. Todos hemos visto fotos de la ropa que Bradlee llevaba antes de casarse con Sally. A veces un par de botas con cremallera y otros vestigios de su vieja vida aparecían en su cuerpo, recuerdos de antes que se convirtiera en sofisticado con camisas de Turnbull & Asser con gemelos franceses.

 

CANAL OFICIAL

Conservan tradición de los Fieles Difuntos

Dilma Rousseff, reelecta en Brasil